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Era miércoles por la noche. Steve estaba sentado frente a su escritorio con la vista fija en una caja envuelta de azul. Se trataba del regalo de cumpleaños que había preparado para Bucky. Intranquilo se preguntó, otra vez, si aquel objeto le gustaría a su amigo. La respuesta llego casi de inmediato, de nuevo: Bucky seguro aceptaría cualquier presente con una sonrisa. Entonces, quizá la verdadera pregunta era, ¿esto realmente quiero darle? Steve suspiro. Había dado en el blanco.

—Si quiero darle esto —se respondió, miro el reloj de su mesa y se rascó la cabeza—. Pero también… —Apretó los labios con un puño sin dejar de mirar el reloj.

Suspiro otra vez.

—Hay tiempo.

Busco en sus cajones y saco una cartulina blanca el cual solía usar cuando estaba en el club de arte. Se quedó mirándolo un momento al recordar aquella época. El espacio en la escuela solo para él y sus ex compañeros, los cuales aún permitían que se sentara con ellos durante el almuerzo; las presentaciones, concursos, los diferentes instructores con sus diferentes estilos de expresión, y aquellas madrugadas trazando bocetos, pintando o practicando alguna nueva técnica. De alguna manera, a pensar del apuro y cansancio, había sido emocionante. Pero lo había abandonado el semestre pasado, cuando toda pintura en sus manos parecía convertirse en agua turbia. No obstante, como una cuenta gotas, Steve había vuelto a dibujar. Al inicio solo para él. Guardaba todo lo hecho en el último cajón de su escritorio. Nunca vería la luz. Hasta que un día Peggy los encontró.

Nunca había visto llorar a Peggy, ni cuando el cretino de su padre la había dejado con su tía para formar otra familia. Peggy solo tenía trece, pero con voz calmada le había contado por primera vez todo lo vivido en su casa, y al final solo había dicho: ahora soy libre. Y se había quedado dormida a su lado. Por eso, cuando la vio llorar sosteniendo sus dibujos y culpándose por todo, Steve se quedó en shock hasta que sintió el torrente cálido en sus mejillas. Y solo cuando se quedaron sin lágrimas, disculpas y maldiciones, se dieron cuenta que ninguno de los dos era culpable. Entonces, días después, Steve dibujo el Cinema y lo publicó en su cuenta.

—Steve, cariño, ¿sigues despierto? —La voz de su madre se escuchó al otro lado de la puerta, sacándolo de pronto de sus pensamientos.

—Sí, mamá.

Su madre empujo la puerta y asomo la cabeza, tenía puesta su pijama y el cabello suelto.

—¿Exámenes?

—No. Haré algo para un amigo.

—¿El muchacho del otro día?

Steve no sabía si reír o avergonzarse hasta muerte.

—Quizá —apenas respondió.

—Se nota que es un chico educado —continuo su madre.

—Lo es.

—Estoy contenta que sean amigos, deberías invitarlo otra vez a la casa. —Su madre bostezo, y retiro la cabeza, juntando la puerta casi al mismo tiempo—. Bueno, no duermas tan tarde o más bien tan temprano.

—Sí. Hasta mañana, mamá.

—Hasta mañana, cielo.

Mientras escuchaba los pasos de su madre alejarse, dejo la cartulina sobre el escritorio, saco de otro cajón lápices y después de revisar las puntas, bajo de la repisa unas acuarelas que permanecían en su empaque de hace meses. Solo cuando tuvo todo listo, se permitió mirar otra vez el lienzo en blanco. Los recuerdos anteriores se habían difuminado y en su lugar una imagen apareció. Y junto a este, como si se tratase de una misma línea, una efervescente emoción.

Bucky & SteveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora