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Steve sonrió tras leer el último mensaje de Bucky. Pensó en escribir algo más y continuar la conversación, pero su madre lo llamó para cenar. Respondió: “nos vemos mañana, descansa, Buck”. Bajo al comedor, y encontró a su padre sentado frente a la mesa, aun vestía el uniforme de enfermero.
Se sonrieron. Le encantaba esas cenas, en la que los tres podían compartir la misma mesa.

—Papá, buenas noches.

—¿Cómo estas, hijo?

—Bien —respondió Steve tomando asiento—. ¿Cómo estuvo el turno?

—Algo cansado, pero quería preguntarte si necesitas materiales para el club. —Su padre sonrió, y se levantó cuando apareció la madre de Steve para ayudarle con la cacerola—. El lunes tengo día libre y puedo ir a comprar lo que necesites.

Steve negó con la cabeza, mientras embolia con servilletas los cubiertos para los tres.

—No te preocupes, padre, tengo materiales del semestre anterior. Alcanzaran.

—De acuerdo, pero cuando necesites más, solo avísanos —intervino su madre.

Sus padres habían estado así desde que les dio la noticia. Demasiadas sonrisas hasta hacerlo sentir un poco avergonzado y contento a la vez. Aunque con cierto toque de culpa. “Si lo hubiera decidido antes”, había pensado, “no los habría preocupado demasiado”.
No los habría preocupado demasiado. Esa era una frase que parecía enredarse como una madeja de lana, una madeja de colores al cual a la vista se hacía difícil ordenar. Debía buscar las puntas.

—Hay algo que quisiera decirles —dijo, a mitad de la cena. 
Sus padres lo miraron en silencio y asintieron, habían terminado su conversación sobre el abuelo en Irlanda. Steve le dio un sorbo al jugo de naranja y suspiró. Luego pensó que debió esperar al terminar la cena, o quizá después de ir al cine el domingo, o quizá cualquier otro momento menos ese. Negó con la cabeza. Debía hacerse.

—Quería contarles porqué deje el club… antes –la última palabra apenas fue audible.

Los adultos se miraron entre sí, y volvieron hacia él. Expectantes. Pronto, Steve se sintió cohibido y alejó la mirada, depositándolo en las papas doradas del plato.

—No fue porque estuviera cansado de ello, es decir —titubeó—. Si estaba cansado, pero no del arte.

Recordaba el día en que renunció. Era invierno, hacia tanto frio que sus dedos le dolían con solo escribir, pero eso no le impidió llenar la forma de renuncia al club y entregárselo al profesor. No recuerda lo que este le dijo, pero si su insistencia para quedarse, hasta que finalmente le pidió la firma de sus padres. Steve recuerda como había podido respirar después de salir de aquella aula, como si su piloto automático se hubiera apagado después de tiempo. Más tarde, mientras comía pizza con sus padres, les había soltado su decisión. Cuando preguntaron solo había respondido que se había cansado. Ellos intentado sacar algo más, pero él solo había escusado con buscar otro club y que quería priorizar sus cursos obligatorios. Si profundizaba el tema se arrepentiría, retrocedería. Así que cerró el tema y tiró la llave.

Pero la llave no estaba perdida.

—Paso el incidente y yo… no lo sé, empecé a sentirme cansado. Menos inspirado.  —contó, aun con la mirada gacha, hizo una pausa e intento sonreír—. Se podría decir que aun los colores más brillantes se me hicieron oscuros.

Hubo un silencio, y como nadie hablo, Steve levanto la mirada. Se quedó helado. En los ojos de su madre había una capa de lágrimas contenidas, mientras su padre arrugaba la frente y como si soportara un golpe reciente. Steve comenzó a arrepentirse de haber sacado el tema, pero su padre asintió.

Bucky & SteveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora