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Los lunes nunca fueron los días favoritos de Bucky. Sin embargo, esa mañana se veía resplandeciente, aun cuando el cielo amenazaba con caerse en forma de lluvia. 

Con una sonrisa nacida desde el centro de su gravedad, Bucky caminó por el pasadizo principal de la escuela, respondiendo con atención a los que le saludaban. Cuando llego a su casillero, lo ignoró y continuo hasta detenerse cerca al del chico de su interés. Cuya concentración estaba en el interior de su mochila. Conteniendo la risa, Bucky se acercó como un depredador y, cuando estuvo a un par de pasos de distancia, saltó cerca al otro adolecente. 
Steve dio un respingo y lo miró con ojos completamente abiertos.
Él se echó a reír.

—¡Buck!

—¡Stevie!

El aludido le dio un golpe en el hombro con un libro que apareció de la nada. No dolió, pero lo hizo retroceder. Las carcajadas de Bucky se acrecentaron.

—Cállate —espetó Steve, amenazando con su libro.

—Bien, bien. —Bucky alzó sus manos en señal de falsa rendición—. Pero si andas así por las calles, vas a terminar en la Antártida.

Steve rodó los ojos, pero ocultaba una sonrisa.

—¿Sabes? — Bucky se mordió el labio inferior y dio un paso largo para apoyarse en el casillero de al lado—. Estoy libre en la tarde, ¿qué tal si te reto a una carrera?

—No pienso competir contigo, Buck —dijo Steve, terminando de sacar sus libros de la mochila—. Te conozco, vas apostar algo que no tengo.

—Pero si tienes. — Suavizo la voz—. Besos.

Bucky vio el preciso instante en que las mejillas de Steve se tiñeron de un rojo intenso.

—Pensé. —Steve titubeó y bajo la mirada.

No obstante, solo fue un momento, pues tras un suspiró Steve volvió a mirarlo. Entonces, Bucky puedo ver en aquellos ojos la determinación que provocaba sensaciones aleatorias en él.

—Pensé en invitarte algo, un helado o un café.

Las cejas de Bucky se alzaron y antes de poder asimilarlo con todas sus letras, Steve continuó hablando:

—Después de todo. —Se encogió de hombros—. Me estás ayudando en muchas cosas y debería pagarte.

Bucky desvió la mirada, resopló y se apartó del casillero.
El timbre sonó. 

—No quiero que me pagues. —Se acomodó la mochila y comenzó a caminar hacia donde sería su primera clase. Dos pasos después, giró sobre su hombro.
Steve lo había estado siguiendo con la mirada, parecía querer decirle algo más. Bucky sabía que no lo haría, el mar se congelaría por completo antes que ese chico cediera un centímetro, antes que dijera aquello que flotaba entre ellos.

—Pero aceptó la invitación. —No obstante, Bucky no dudaba cuando debía disparar—. Como una cita. 

Hubo una pausa, cada vez más silenciosa. Los alumnos iban desapareciendo dentro de las aulas.

—Puede ser —respondió Steve al fin—. Te espero después de clases.

Bucky no lo pensó o simplemente las palabras se formaron como si hubieran sido creadas para ello:

—Eres un encanto. —Sonrió.

Steve apretó los labios y se giró hacia su casillero, empero Bucky pudo notar su sonrojo. Como le encanta.

El resto de la mañana, Bucky era un manojo de felicidad, ansias y expectativa. Todo junto y revuelto. Por lo que, para distraerse, resolvió algunos problemas del libro de cálculo en espacios muertos de clase en clase. Durante el descanso, lanzó miradas y sonrisas a Steve, el cual estaba al otro lado de la cafetería con sus amigos. En algún momento, comenzó a idear como podría pasar más tiempo con él. No tenían muchas clases en común, las que sí, se sentaban uno al extremo del otro.

Al final de la última a hora, prácticamente le lanzó sus apuntes de física a Jacques cuando se lo pidió. Intentó no correr para alcanzar la salida, incluso después de ser abordado por dos de sus compañeros de mecánica preguntándole de venga a saber que, Bucky apenas escuchó, y respondió con un “claro” a la mayoría de interrogantes.  Cuando logró escapar, caminó más rápido sin desacelerar en las esquinas, hasta chocar contra una chica que felizmente logro sujetar antes que cayera. Ella empezó a balbucear mientras él se disculpaba, y cuando la miró mejor, temiendo que quizá la había hecho daño, la chica se soltó y se fue corriendo como si hubiera visto al mismo anticristo. Confundido, aceleró el paso hasta llegar a la salida; resopló y deslizó la vista sin encontrar a Steve por ninguna parte. ¿Cuánto tiempo había demorado?

Sacó su celular y caminó hacia el estacionamiento de bicicletas. No podía haber demorado demasiado. Entonces, cuando estaba buscando en su lista de contactos, levantó la cabeza un segundo para luego volver a levantarlo de golpe.

Steve estaba ahí. Cerca de su bicicleta. Mirando de un lado a otro, hasta encontrarlo. De repente, Bucky percibió un torrente de energía recorrer su cuerpo, si quería, podría ganar todas las carreras del mundo en ese instante.

—Steve —dijo ni bien se acercó—. ¿Has esperado mucho?

El aludido negó con la cabeza y sonrió. Si Bucky no corría, volaría con helio en los pulmones.

—Por un momento pensé que me dejarías plantado —bromeo, acercándose a su bicicleta.

—Estuve tentado.  

Bucky comenzó a reír.

—Por favor, mueres en tener una cita conmigo.

—Estuve tentado en pinchar las llantas de tu bicicleta. 

Esta vez Bucky soltó una carcajada.

—No lo creo. Antes te da una crisis existencial —se burló, moviendo la bicicleta hacia la pista—. Además, te gusta mi bicicleta, o mejor aún, quien lo maneja. —Y con eso último se inclinó poco al otro, encantado de la expresión contradictoria de Steve. De sus ojos celestes brillantes y sus labios fruncidos—. Entonces, ¿a dónde quieres ir?

—Pues —susurró Steve, apartándose un mechón rubio de su frente—. Podemos ir a Dumbo, hay heladerías y cafeterías, aunque si llueve… no he traído paraguas.

Dumbo se encontraba entre los puentes Brooklyn y Manhattan. Cuando Steve y él fueron al rio hace más de un mes, habían estado lejos de cualquier puente o parque ya que estos habían estado cubiertos de nieve.

—Tampoco yo, pero imaginemos que no lloverá. —Se subió a la bicicleta y señaló con su cabeza hacia atrás—. Anda, sube.

Steve se cómodo los lentes y sus labios se curvaron hacia arriba.

Minutos después, con el viento sobre su rostro y el sonido de la calle convirtiéndose en ecos, apenas sintió la mano de su pasajero. Fue diferente al deslizarse por una bajada; los brazos de Steve se aferraron a su cintura y Bucky podría decir con seguridad, que las mejores escenas de las películas se repetirían en su mente hasta desaparecer en el silencio de una espesa niebla, y que lo mismo pasaría con estos fragmentos de su propia historia. 

Esta línea de vida era su propia historia.

Alguna vez había hecho alegorías de su vida con libros, pero quizá era más como el de una película: formada de fotograma en fotograma, creando una historia. Y justo en el fondo habría música; sus canciones favoritas, las nuevas, las viejas y las que él crearía.

Aquel último pensamiento corto las ideas como el apagón de una gran ciudad. 

Volviendo en él, se dio cuenta que Steve no lo había soltado a pesar de haber vuelto al área segura. Entonces, una nueva idea surgió en su mente, un poco más mundana: un día  pedalearía y cruzaría el puente hasta llegar a Manhattan. Y más allá. Un día podría ir incluso más allá de la ciudades y estados, de países y continentes.

Un día, junto a Steve. 

Bucky & SteveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora