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A la mañana siguiente, cuando Steve despertó, medio adormecido y con la vista borrosa, a quien primero vió fue a Morita sentado. Lo estaba mirando. La idea de Kill Bill se estampó en su mente.

—Buenas… —intentó saludar. Apenas un murmuro.

—¿Qué haces aquí, Rogers? —preguntó el asiático sin expresión.

—Me quedé a dormir anoche —le recordó.

Morita asintió y desvío la mirada hacia la entrada de la tienda. Por un momento Steve pensó en dormirse otra vez, aún no había suficiente luz,  pero terminó por sentarse. Se frotó los ojos y observó al otro lado, dónde Bucky dormía boca arriba, tan quieto como una escultura de mármol; más allá, Jacques estaba en una posición algo ambigua, formando una estrella con su cuerpo.

Steve buscó sus lentes y se los colocó, volvió la vista hacía Morita, notando mejor la expresión del chico. Neutro, como siempre, pero con un toque casi invisible de suspicacia en su mirada.

—¿Morita?

—Escuché un ruido.

Steve no hablo más, y Morita se pudo concentrar en el sonido. En el motor arrastrándose sobre el mar.

—Un Barco.

Morita era como todos y nadie. Especial para su madre, común a su manera para su hermano, y todos los sinónimos de "raro" para los demás. A él le daba igual. Sabía que su escaso o casi nulo entendimiento por las emociones propias y de los demás no era algo normal; no pensaba así sobre poder escuchar la puerta de su vecino abrirse de madrugada cuando se iba trabajar, o el chorro de agua derramándose en la azotea del edificio donde vivía porque alguien había olvidado cerrarlo. Aquello era cosa de supervivencia, había dicho su hermano mayor. Pues, cuando tenía seis años, había escuchado pasos diferentes a los de sus vecinos subir la escala común antes de que la puerta de su departamento fuera destruida por policías. Buscaban a un sospechoso o algo así, nunca supo si lo habían encontrado. También pasó algo similar cuando gente sin uniforme fueron a buscar a su hermano.

—¿Barco? —repitió Rogers.

A Jim le caía bien Rogers. No de una manera amistosa en realidad, de hecho, no era como si hubiera olvidado que hacía ahí, más bien, era porque no sabía el lugar que ocupaba ese chico en todo. En el todo lo que conocía.
Steve en cambio, si bien sabía que su compañero era una buena persona, a veces no sabia como sentirse cerca de él.

—Se esta acercando —dijo Jim con frialdad.

Ambos chicos se miraron y, sin decir  mas, gatearon hacia la salida. Afuera, la luz del sol estaba siendo bloqueado por otra carpa, y la arena helada hizo temblar a Steve apenas lo piso. Quiso buscar sus zapatillas, pero Morita empezó alejarse. ¿Un barco? Debía seguirlo. Cuando logró alcanzarlo, saliendo del laberinto de carpas, se quedó quieto cuando lo vió. No era  grande, pero las velas alzadas lo hacían ver alto, imponente, aún con su pintura desgastada y redes colgando desordenados en la parte tracera. Aquel barco pesquero tenía toda una historia en el mar. O quizá miles.

Media hora después, tras despertar a Dugan para sacar su mochila de la carpa, Steve se estaba lavando los dientes en el baño detrás de la cabaña donde había un pequeño lavadero hecho de piedras y cal. De repente sintió alguien detrás suyo. Su corazón dió un vuelco pensando que se trataba de Bucky, pero cuando giró, se hundió al ver a Romanov mirándolo fijamente. Tal como el día anterior, como si le fuera a matar.

Movió la cabeza en modo de saludo, pues tenía la boca llena de pasta dental.

—Quiero hablar contigo —dijo ella, con voz fría y cierto desden.
Steve asintió. Sabía que debía escupir el contenido de su boca, pero permaneció con la vista en la otra chica.

Bucky & SteveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora