39

141 20 38
                                    

Bucky se sentía como la hoja en blanco de una partitura: sin nombre, sin pentagrama, sin notas ni pensamientos; y también, como si estuviera en un tiempo distinto. Como si hubiera pasado toda una vida desde aquel beso. Quizá, incluso, podría sumergirse en ese tiempo infinito y averiguar la partitura de aquella canción cuya letra era confusa, pero el tiempo no aguardaba, y solo había pasado un par de minutos. Imposibles minutos.

Con el propósito de ordenarse, rebobinó los sucesos en su mente, observándolos como si de una tercera persona se tratase. Él mirando a Steve de cerca, el recuerdo de la noche anterior, el pensamiento sujetándose como un equilibrista en un delgado hilo; el hilo se hizo cuerda, la cuerda de una guitarra. No pudo evitar tocarlo.

Luego fue el golpe, el dolor físico, la sensación de caída, y la amenaza latente de otro tipo de dolor. Más profundo, más grave. Sin embargo, Steve había reído e invitado a intentar otra vez.

No dudó. Está vez, tocó la cuerda y surgió una nota, un acorte: el inicio de la canción sin nombre. Bucky hubiera cruzado el océano con el fin de reconocerlo;  escucharlo con claridad.

Escucharlo.

La gente decía tantas cosas sobre los besos: fuegos artificiales, colores, sensaciones explosivas e inimaginables.

Él había escuchado música.

—¿Bucky?

La voz de Steve también podria unirse a esa música.

—¿Si? —Alzó la vista, había estado mirando las piedras oscuras del suelo.

—Si, si quieres, podemos olvidarlo.

En los ojos de Steve había un brillo de confusión. Bucky se preguntó si en la mente del otro muchacho había algo similar al suyo o solo era él con instrumentos musicales en la cabeza. 

—¿Qué vamos olvidar? —preguntó.

—Esto. —Pero no señaló nada en específico. 

—¿De qué…? —Lo entendió y las alarmas se encendieron—. No, ¿por qué? ¿Quieres olvidarlo?

A Bucky le pareció una eternidad la pausa de Steve antes de que negara con la cabeza.

—Pues, tampoco yo.

—Estabas tan silencioso, pensé —titubió—, pensé que te habías arrepentido.

Bucky suspiró, no estaba seguro de cómo explicar lo que su mente había empezado a crear, quizá lo haría después, cuando sea más claro. Sin embargo, podia empezar por algo menos poderoso, pero seguro. 

—Nunca había besado a un chico.

—Tampoco yo —correspondio Steve.

—¿Y te gustó?

Otra espera eterna, tensa, más cuando Steve bajo la mirada y  cuadró los hombros.

—Me gustó.

—También a mí. —Exhalo aliviado—. Con todo y golpe.

Steve rio, y aquella risa atrajo la calma.

—Me gusta cuando ríes —declaró Bucky.

En menos de un segundo, ambos tenían las mejillas rojas y visiblemente brillantes, incluso en esa cueva con luz tenue. Bucky solo pudo preguntarse si la sangre de Steve también corría desenfrenada, eso y ¿cuánto tiempo había pasado? Aún estaban sentados uno frente al otro, sin saber que decir. Resultaba ser verdad, aquello no eran como las películas cuyo final llegaba después del esperado beso.

Bucky & SteveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora