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El sol había caído detrás de los acantilados, el mar era una manta oscura, y a cada paso que daban, Steve veía menos el camino de regreso a la cabaña. Bucky se convirtió en el guia, pero ninguno pudo evitar pisar algunas pequeñas piedras afiladas. Al llegar al riachuelo, se escuchó la música; no se necesitó más pistas para saber que ya se había montado la fiesta. Sin embargo, en la mente de Steve no recorría pensamientos liricos, sino preguntas soltadas a la deriva: ¿Estaban bien? ¿No fue un poco precipitado? ¿Solo fue algo del momento? Pues no habían vuelto a mencionar los besos. Más bien, habían conversado del frío en primavera debido al cambio climático. Bucky había agudizado su crítica hacía la política y la sociedad por su poco o nulo interés, mostrándose indignado. Steve había querido besarlo otra vez.

—Vaya fiesta, más parece el aquelarre en La bruja —mencionó Bucky, cuando se detuvieron.

A metros de distancia, las siluetas de sus compañeros danzaban alrededor de una fogata de más de un metro de alto. No había duda, habían gastado toda la leña de la cabaña.

—¿Crees que se acabaron toda la comida? —volvió hablar Bucky, esta vez desanimado. 

—Espero que no.

—Hubiera escondido algunos dulces.

Steve levantó la mirada y sonrió, su amigo tenia la expresión de un niño cuyo helado se había caído.

—Tengo chocolates — reveló sintiéndose divertido—. Te invitaré algunos.

Bucky se iluminó, y Steve pensó en dibujarlo así, o con la luz del fuego bañando su color natural.   Últimamente había estado pensando un poco demasiado en dibujar a Bucky.

—¡Salut les gars! —De pronto interrumpió el inconfundible  francés de Dernier. Caminaba hacia ellos, tenía las manos llenas de lo que parecía ser latas de alguna bebida.

Latas de cervezas.

—¿Ya estas ebrio? —preguntó Bucky.

Dernier se paró frente a ellos, sonreía de oreja a oreja, parecía alguien cuyos números habían ganado la lotería.

—No, pero aquí les traje para ustedes. —Les ofreció dos latas.

Steve realmente no entendía como ese chico lograba conseguirlas; y cuando estaba a punto de reprenderlo, Bucky recibió las bebidas, dejándolo atónito. 

—Carter convenció a Gabe de no usar los zumos de naranja para hacer sus diabólicos brebajes.

—¿Y por eso lo están agradeciendo con danzas paganas? —Bucky se burló.

—Hay no, no empieces con tus referencias, hasta nos dirás que estamos haciendo el baile de la lluvia. —miró a Steve—. ¿Cómo aguantas a una enciclopedia andante?

Steve se encogió de hombros, sus mejillas ardieron en contra de su buen juicio. 

—Espera que te duermas y te eche al mar —amenazó Bucky—. O mejor, te entierre.

Dernier jadeo de manera exagerada, retrocediendo un paso.

—Al amigo de toda tu vida, quien te soplaba en clase de inglés.

—Estúpido —Bucky frunció el ceño, pero parecía querer reírse—. Era yo quien te soplaba en esas clases.

Dernier hizo un ademán con la mano restándole importancia, se dio media vuelta, tras dos pasos se detuvo, giró sobre su hombro y sonrió. Por primera vez, Steve no encontró ni un apéndice de burla en aquel gesto. 

Luego recordó.

—¿Piensas beber eso? —señaló las latas.

—No —respondió Bucky, aunque su sonrisa no parecía decir toda la verdad. Sacudió una de las latas y entonó—. A menos que encontremos zumo de naranja. 

Bucky & SteveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora