xxviii. El Heredero de la Casa Black

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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.



"¿Qué ha pasado?"

"Nada", dicen Harry y Sirius automáticamente. Dumbledore los mira fijamente y suspira con fuerza, como si fueran una especie de decepción crónica. Aunque se odia a sí mismo por ello, Harry siente un familiar retorcimiento de vergüenza. Baja la mirada a sus zapatillas rozadas y trata de mantener en su mente a Sirius de pie sobre su fotografía de Hagrid. Sirius agarrándole como hizo Crouch después de la tercera tarea, como hizo Colagusano cuando le sacó la sangre.


Por una vez, esto no es mi maldita culpa.


Harry está de pie en un extremo del salón, Hermione y Ron sentados en el asiento de la ventana, cerca. Remus está en el lado de la chimenea más cercano a Harry, al alcance de la mano, imagina Harry. Sirius se ha colocado enfrente de Harry, Dumbledore está entre ellos como un árbitro persistente. Snape está merodeando en el fondo y Harry está decidido a que, haga lo que haga, no mirará al hombre a los putos ojos. Sahara se recuesta tranquilamente contra su garganta y a Harry le preocupa que los agudos ojos azules de Dumbledore, que Harry siempre ha sospechado que pueden ver a través de una capa de invisibilidad, puedan ver a Sahara.

"No puede verme", sisea Sáhara en voz tan baja contra su garganta que no la oye realmente, sino que la siente a través de su piel. "Si ni siquiera tú puedes verme, y estoy hecha de tu tejido, entonces nadie puede".


No sé qué significa eso, piensa Harry con amargura, decidido a no sisear. Porque hasta ahora le ha ido de puta madre. Sólo se sorprende un poco cuando Sahara responde.


"Lo harás, Greenheart".

"Bien, aquí está el té", la Sra. Weasley entra en la habitación, con sus ojos castaños brillando con rabia hacia Sirius. "Y una poción Pimentónica".

Dumbledore conjura una mesita del aire con su habitual toque de mangas moradas y la señora Weasley coloca la bandeja del té sobre ella, desplazando la Pimienta hacia Sirius con el ceño fruncido.

"Café negro para Remus y el profesor Snape", la señora Weasley les entrega las tazas. Harry trata de no mirar la que le entrega a Snape, de no fijarse en el anillo que lleva en el dedo. Lord Prince. Mi señor.

No pensará en eso. No lo hará.

"¿Tu progenitor enemigo está aquí?" Sahara sisea. Ah. Joder. Amparándose en un sorbo de su taza de té que la señora Weasley ya ha preparado tal y como le gusta, negro como el alquitrán con un toque de miel, Harry se permite devolver el más pequeño y firme siseo.

"No te lo comerás".

Harry ya ha tenido bastante con el Sahara tratando de asesinar a la gente hoy.

"Gracias, Molly", dice Dumbledore alegremente una vez que se han repartido todas las tazas de té y café. Parece un hombre en una fiesta de té, no un hombre que ha presenciado cómo Harry tiraba a Sirius por las escaleras. "Creo que podemos seguir desde aquí. Si pudieran dejar a Harry conmigo, Remus, Sirius y el profesor Snape, se lo agradecería".

La señora Weasley mira a Dumbledore y resopla. Se vuelve hacia los gemelos y Ginny, que merodean por la puerta, sacando galletas de la bandeja y echándolas en una taza de té compartida como si estuvieran a punto de ver la Copa del Mundo.

The Heir to the House of Prince | TraducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora