xxxix. En la sangre.

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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.



"Llegas tarde, Potter", gruñe Snape cuando Harry cruza a trompicones la puerta del laboratorio de Pociones. Caminar por las mazmorras es siempre un riesgo para Harry, y hoy no ha sido una excepción. Tres intentos de tropiezo y una maldición furunculosa que pudo esquivar arrojándose detrás de una estatua y magullándose la rodilla. Harry no está de humor para Snape.

"Lo siento, señor", dice Harry, arrojándose a un asiento detrás de su banco habitual de pociones, lo más lejos posible de la mesa del profesor. Snape levanta la vista de lo que está marcando, con los ojos negros entrecerrados y los labios contraídos en una mueca. Tiene su pesada túnica negra echada sobre el respaldo de la silla y está trabajando con su chaleco negro y su camisa blanca. Aunque lleva más ropa que cualquier persona normal, sin la túnica tiene un aspecto extrañamente informal.

"¿Y por qué?", dice Snape, poniéndose en pie lentamente, con la voz chirriante como un cuchillo arrastrado por una tabla de cortar de granito, "te atreves a aparecer en mi clase con el aspecto de un huérfano vagabundo que acaba de ser arrastrado por un seto hacia atrás?"

"Tal vez porque lo soy", dice Harry, echándose hacia atrás en su silla con insolencia. No tiene espacio en el cerebro para hacerse el tímido. Harry nunca ha tenido resaca, pero si una resaca de verdad se parece en algo a las resacas de sus cicatrices o a esta resaca mágica extrema, entonces Harry no quiere tener nada que ver con ellas. Cada maldita cosa duele y además, Snape no puede hacerle nada peor de lo que ya es. No, a menos que decida reconocer que es el padre natural de Harry sólo para tener la autoridad de infligirle nuevos castigos crueles e inusuales.


Probablemente sea el único puente que no cruzará, piensa Harry sombríamente. Aquel en el que tiene que admitir que es mi maldito padre.


Harry no sabe que Snape lo sabe, pero sabe que Snape sabe algo. Es un torbellino confuso dentro de su cerebro y cuando piensa demasiado en ello le duele la cabeza. Sin embargo, hay dos cosas que tiene muy claras: Una: conoció a mi madre y le gustó. Dos: No me quiere.

"Oh, lo eres, ¿verdad?" Snape jadea, caminando hacia Harry como una bestia acechante. Harry no puede evitar pensar en la forma en que Vernon cerró la puerta del dormitorio y movió su gigantesco cuerpo lenta e intimidatoriamente hacia Harry. Trata de no revelar la rigidez de sus huesos, la urgente necesidad que brota en su interior de poner todo el espacio posible y quizá incluso un par de paredes entre él y Snape. "Y crees que eso es una excusa para venir aquí sucio y ensangrentado y..."

Snape deja de hablar. Se queda mirando la mano izquierda de Harry.


Oh, mierda.


"¿Y qué, por favor, es eso?" Snape susurra. Su voz es mortal. Harry traga dolorosamente y decide descararse.

"¿Esto?" dice Harry con ligereza, levantando la mano y fingiendo que la examina. "Estaba pensando en hacerme un tatuaje".

Snape lo mira fijamente por un momento.

"¿Esto es automutilación?" Snape dice en voz baja.

"Por supuesto, señor, ¿qué otra cosa podría ser?" Harry pone los ojos en blanco y dobla los brazos hacia el otro lado, de modo que la mano izquierda queda enterrada bajo la axila. Agradece a todas sus estrellas que ocultar sus anillos de Heredero con su magia se haya convertido en una segunda naturaleza para él ahora.

The Heir to the House of Prince | TraducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora