Mi madre siempre ha sido la típica mamá gallina que quiere tener bajo sus plumas a sus pequeños polluelos, por eso, que mi hermano Nacho y yo seamos tan independientes y queramos salir volando del nido, la atormenta.
A ver, seamos sinceros. ¿Qué chica con veintidós años quiere quedarse encerrada en su casa a esperar que la llamen de un empleo de mierda para hacer un trabajo de mierda y cobrar un sueldo de mierda? Yo, por lo menos, no.
Por ello, me eché la manta en la cabeza, hablé con mi mejor amiga Tatiana (para mí Tati) y decidimos irnos a trabajar de Au Pair a la lejana (aunque no tanto) Inglaterra.
Y, ¿Por qué Inglaterra? Bueno, salta a la vista que hoy en día si no tienes un nivel ultra-nativo de la hostia en inglés, no vales para nada. Da igual que tengas tropecientos mil cursos y una formación que ocupa ocho páginas de Word en tu currículo. No. Si no tienes inglés, no vales nada. Y lo sabéis.
Y, ¿por qué no otra parte del Reino Unido? Bueno, ahí me habéis pillado. Yo soy gaditana de pura cepa, de San Fernando. De los pies a la cabeza. Y no diría por nada del mundo que Andalucía, por tener acento, es un mal sitio para aprender español, para nada. Pero, en mi caso, prefiero aprender inglés en Inglaterra. Los escoceses tienen un inglés raro, los irlandeses más de lo mismo y, en Estados Unidos me acabaría juntando con un grupo de mexicanos y la palabra más inglesa que aprendería sería güey. Y, además, que está demasiado lejos. Y por lejanía... directamente nos olvidamos de Australia y Sudáfrica.
Volviendo a mi madre. Cuando le dije "mira mamá, que me voy con Tati a aprender inglés, ¿qué te parece?". Lo primero que dijo es: "¿a las nueve de la noche te has apuntado a la academia? ¿No había otra hora que no fuera la de la cena?". Mal vamos. Pensé. Cuando le dije que no se trataba de la academia del hijo de Pepe ni tampoco la escuela de idiomas de yonosédónde, se le salieron los ojos de las órbitas, se pinchó con la aguja de coser (la pillé arreglándome el bajo de un pantalón, vaya puntería la mía) y me arrepentí a los 0,2 segundos de haberle preguntando que qué le parecía.
Mi padre es otro cantar. Él es la hostia. Cuando quise decírselo ya lo sabía. Obvio, mi madre se pasó relatando que me iba "al quinto pepino" los siguientes siete días. Creo que todo el pueblo lo sabía antes que yo. Mi súper padre, que es un pasota de la vida, es la viva descripción gráfica del padre que Dani Rovira describe en su monólogo "mi familia y yo", de verdad, no es coña ni nada. La única diferencia es que a mi padre le gusta, ¿cómo decirlo? Fumarse un piti conmigo de vez en cuando. En realidad no nos lo fumamos sino que lo comemos en pasteles y nos da la risa floja. Ese es nuestro secreto esporádico. Precisamente estábamos haciendo uno de esos "pasteles" cuando me dijo: "tú vete, pero ten cuidadito, la cabeza siempre en su sitio". Pensé en contestarle que donde decapitaban a la gente era en Francia pero... me lo guardé para mí y me quedé con la imagen de sus gafitas graduadas ligeramente empañadas.
Mi hermano es un capullo. Cuando se enteró me dijo que era una idiota, que aprovechara y me fuera más lejos y aprovechara la oportunidad para conocer mundo. Que España es una mierda. Ahí me lo quise comer, yo soy muy patriota, la verdad, me encanta donde vivo. Por lo tanto, le di una colleja y seguí con lo mío, planeando mi aventura extraordinaria en el extranjero.
ESTÁS LEYENDO
Diario desastroso de una Au Pair Española
Non-Fiction"La ley de Murphy debería llamarse 'ley de María' todo en esta bendita vida me sale mal'. Una gaditana, Inglaterra y miles de aventuras y personas nuevas por descubrir, lo que iba a ser un año aprendiendo inglés, se convirtió en una de las me...