Mi semana en casa acabó pronto, pero no tanto como habría deseado. Así que, cuando llegué a casa y Linda me esperaba con los niños en la estación de tren y un ramo enorme de flores, sentí que haber vuelto merecía la pena.
Diego se quedó en el pueblo un tanto desconcertado. No sabía nada de lo que estaba pasando con mis padres y preferí que así fuera, porque no quería dar explicaciones y tampoco quería su compasión.
Me encerré en mi misma de nuevo. Pero ahí estaban Alba y Carmen, sobre todo, para sacarme del pozo. Aunque esta última había venido un tanto enferma de su viaje a Marrakech.
Alba y yo nos fuimos de compras terapéuticas. Carmen nos puso los dientes largos con las fotos de su viaje familiar por el Facebook. Le hicimos saber lo mucho que la odiábamos y que salía súper sexy y morena (dentro de sus posibilidades austríacas de copito de nieve) en todas las fotos.
Con los niños estuve genial. Se portaron súper bien y, el fin de semana, pasamos el lluvioso viernes por la tarde viendo películas de estas que a ellos les encantaban y me pedían a todas horas que descargara. Aunque, tras descubrir la maravilla de Netflix y su aplicación para la Smart TV, se acabaron las descargas.
Pilar estaba en paradero desconocido. Apenas hablábamos con ella, estaba un poco ausente desde hacía varias semanas, pero sí estábamos al tanto de sus movimientos, porque nos lo contaba todo por whatsapp.
Me dio tiempo a pensar mucho.
¿Qué quería conseguir?
¿Cuáles eran mis aspiraciones?
En fin... me estaba planteando el hecho de quedarme en Inglaterra de forma indefinida...
Y llegó el día de Andalucía y con él mi vena flamenca.
Sí, no es coña. Ese día era sábado y tenía que irme de babysitting a Winchester, con mis niños y la de la hermana de mi jefa. Por suerte ellos ya se iban en el momento en que los niños estaban dormidos. Incluso la pequeñaja de año y medio, sobrina de Linda. La pequeñaja en cuestión se llamaba Emily.
Precioso nombre, igual que ella y su adorable melenita pelirroja.
Pero no su carácter.
La pequeña Emily era un jodido saco en miniatura de malas pulgas inglesas. Sí.
A eso de las 11 pm la niña empezó a berrear desde la planta de arriba y, cómo no, me tocó subir a mecerla para que se durmiera en ese cuarto del terror en colores pastel.
En serio.
No le pongáis jamás a vuestros hijos enormes peluches de ojos GIGANTES porque DAN MIEDO. De verdad...
La mamá de Emily me dejó encargado que, cuando la niña llora, lo que le gusta es que se la coja en brazos y se le cante una nana. A lo inglés, con mecedora que cruje y todo... y yo con todos esos ojos de peluche enormes mirándome...
En fin, que la niña no paraba... y yo ya, desesperada y recordando lo que mi madre me cantaba de pequeña para lucir mi salero delante de todas las vecinas del barrio, empecé a cantarle a la niña (con mi preciosa y melodiosa voz) los famosísimos tanguillos de Cádiz, tan populares, y muchos otros que me sabía de las agrupaciones carnavaleras...
Cuando empecé, su par de ojitos llorosos me miraron inquietos, pero yo aguanté, ahí... aaaaaquellos duros antiguos.......
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Diario desastroso de una Au Pair Española
Non-Fiction"La ley de Murphy debería llamarse 'ley de María' todo en esta bendita vida me sale mal'. Una gaditana, Inglaterra y miles de aventuras y personas nuevas por descubrir, lo que iba a ser un año aprendiendo inglés, se convirtió en una de las me...