Los niños me miraban mal, o mejor dicho, me odiaban.
Iberia no me devolvía mi maleta.
La abuela tenía cara de rancia.
La comida no sabía a nada.
La abuela se puso mala y tuve que pasear yo sola al perro otra vez (véase hombro dislocado).
Me caí en la bañera y me hice un chichón importante, tanto que tuve que sacarme flequillo para tapar el huevo que me había salido.
La maleta apareció al día siguiente y yo me había dejado una pasta en ropa.
Ese es el resumen general de mis tres primeros días en las tierras inglesas.
Bueno, lo de la maleta tengo que explicarlo mejor.
Llamé a Iberia España unas doscientas treinta veces, y claro está, con mi suerte y lo que me apreciaba todo el mundo por aquel entonces, no me lo cogían. Ni en el número inglés ni en el español.
Guay, ¿no?
Pues ahí no queda todo.
Mi jefe, John, que aún tenía un resquicio de amabilidad en toda esa masa muscular perfecta, se cabreó. Pero no conmigo, no os equivoquéis.
Se mosqueó con la situación y me quitó el teléfono de la oreja.
Marcó un número que no alcancé a ver.
Y... me tocó la moral, he de ser sincera.
Le cogieron el teléfono al segundo tono... muy fuerte.
- Quiero la maleta de mi Au Pair en mi casa esta misma tarde - era viernes por la mañana - . Me da igual lo que tengáis que hacer. Pero la quiero aquí, y la quiero ya.
Ante tanta rigidez y orden al estilo militar quise hacer el gesto de "¡Señor, sí, Señor!". Pero me contuve. El tío no estaba para bromas.
Dio sus datos y después los míos y... TACHÁAAAAAAAAAN.
La maleta llegó aquella misma tarde a la casa, rota, pero llegó. Malditos bastardos.
*****
Llegó el fin de semana.
El sábado lo pasé deshaciendo maleta y ordenando todo. Soy un poco maniática. Lo sé. A veces mi madre piensa que es algo patológico. Lo que yo no sabía es que eso me iba a traer tantos dolores de cabeza. Literalmente.
El domingo a las 7 de la mañana el niño empezó a aporrear la puerta y me dijo:
- Intenta parecer alguien decente, tienes 45. - Y me temporizó. Mi padre le habría dado dos hostias sin decir ni una sola palabra. Mi madre habría soltado un discurso sobre la moral y las buenas maneras.
Sus padres sin embargo, le rieron la gracia.
Yo, me habría puesto en plan mi padre y les habría dado dos hostias, primero a los padres, por consentir que me hablara así, y luego al niño, por hablarme así.
Lo siento, sé que necesitaba unas nueve horas más de sueño.
Me puse guapa, con una trenza perfectamente echa a modo de semi-recogido y la ropa que me compré, monísima.
Me esperaban cuatro horas de coche hasta Manchester.
Con dos monstruos y una cotorra.
¿Era eso el infierno?
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Diario desastroso de una Au Pair Española
Non-Fiction"La ley de Murphy debería llamarse 'ley de María' todo en esta bendita vida me sale mal'. Una gaditana, Inglaterra y miles de aventuras y personas nuevas por descubrir, lo que iba a ser un año aprendiendo inglés, se convirtió en una de las me...