Llorera

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Nunca te preguntes si tu día puede ir a peor.

Ese es el consejo número uno para la supervivencia, no solo como Au Pair, sino también en la vida en general.

Tú día SIEMPRE puede ir a peor. SIEMPRE.

SIEMPRE

SIEMPRE

¿Ha quedado claro?

SIEMPRE

Por si acaso.

Aunque he de ser sincera. Ese día ya no pudo ir a peor. Porque me di una ducha reconfortante (muy calentita), di las buenas noches y estrené mi pijama nuevo. Que por cierto, olía a flores.

Tumbada en la cama, por fin, mirando al techo y las telarañas, se me presentó una duda existencial.

¿Qué narices hago yo aquí?

Aún me lo pregunto...

Conecté el wifi de mi móvil con la tarjeta que me había dado mi señora jefa. Me encontré con 400 mensajes de whatsapp y otros innumerables mensajes por redes sociales. Y yo, que soy muy guay, hice una difusión de estas que te hacen la vida más fácil y les mandé a todos el mismo mensaje.

He llegado bien. La casa es enorme. Han sido muy majos conmigo y ahora me voy a dormir, que parece que tengo piedras en los párpados en lugar de pestañas. Os quiero.

Que conste en acta.

Yo no soy una persona de decir te quiero, yo lo demuestro. Y si lo decía era por:

1-      Estaba deprimida

2-      Estaba borracha

3-      Las dos anteriores son correctas

En este caso solo la opción uno, aunque deseaba como la vida misma el emborracharme a base de Gin-Tonics.

Después de apagar el móvil, lloré.

Mucho y como una niña pequeña.

¿De estas veces que se te cae el moquillo y todo? Pues de esas.

Esperaba que mi día siguiente fuera a mejor.

Ni en mis sueños.

Me desperté con la cara de un niño de unos 8 años mirándome fijamente, sentado en el sillón de mi habitación.

Maldita puerta que no encajaba.

Imaginen conversación en inglés...

- Hola – dije por fin.

- ¿Quién eres? – qué simpático.

- Soy María, tu nueva Au Pair.

Me miró asesino. Dio un poco de miedo.

- Mamá prometió que Kathia iba a volver

¿Quién era la dichosa Kathia?

- Pues yo no soy ella, y aquí estoy. Tú debes ser Frank.

- Sí, y te odio – se fue dando un portazo.

A eso, señoras y señores, se le llama empezar con buen pie.

Ni falta hace decir que con el otro niño, el mayor, quien resultaba estar completa y profundamente enamorado de la tal Kathia, no fue mucho mejor.

Me dio un abrazo que ablandó aún más el corazón de su madre y, al oído, me dijo:

- Voy a hacer de tu vida un infierno.

Si es que... cuando digo que las cosas pueden ir a peor, pueden.

Me vestí.

Bajé a la cocina y la abuela estaba preparando el almuerzo de los nenes y me pidió que ayudara a poner la mesa, cosa que no me supuso ninguna molestia, es algo que acostumbro a hacer en casa.

- ¿Quieres café, Mery? – esta tía quería tocarme las narices.

- Sí, por favor. – yo educada, ante todo.

- Sírvete tú misma. Ahí tienes la cafetera.

Y juro solemnemente que jamás en mi vida había visto una cafetera así.

Se suponía que tenía que empujar una palanca para abajo y que así se quedara todo el resto abajo, para que arriba quedara todo el café, ya filtrado.

Pero la muy zorra no me dijo ni mu, y bien que me estaba mirando.

Cuando le eché la leche y azúcar (mucho) y di el primer sorbo, eso sabía a perros.

Esto era la guerra.

Mi guapísimo jefe, ahora de uniforme, me explicó cómo funcionaba la dichosa cafetera. Y ya me tomé un café en condiciones... si es que a eso se le puede llamar café. Porque según diría mi sabia madre, eso era aguachirri.

Observé cómo la abuela preparaba los almuerzos. Me quedé con cada cosa que hacía para imitarla al día siguiente, porque supuestamente, ya se iba. Puso un montón de cosas, tipo verduras, una ensalada, pieza de fruta, sándwich, patatas, de todo.

Después, todo fue seguido.

Desayunamos, recogimos, llevamos a los nenes a la parada del autobús y, cuando volvimos, mi siempre sonriente jefa me dijo:

- ¡Vámonos al bosque de paseo con el perro!

Ups. 

Diario desastroso de una Au Pair EspañolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora