Vagim

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En un mundo en el que las nubes eran de color rosa, un caramelito brillante es el sol.

Donde las mariposas están hechas de piedras preciosas y donde lloramos y vomitamos arco iris.

Así me sentía yo cada vez que Vagim estaba cerca.

Cuando se iba me sentía ridícula, porque me conozco y me imagino la cara de bobalicona que tendría mientras le miro.

Pero es que es tan guapo... es tan, tan... adorable... que una no se puede resistir.

Me tenía encandilada con esos ojitos del color del mar el calma. Su sonrisa era deliciosa y ese brillo que desprendía por cada costado era embriagador.

Todas andaban detrás de él. Y él solo tenía ojos para mí.

Y que conste que eso a mí me encantaba.

Pero claro, no todo podía ser rosa, porque ese color también se mancha, oye.

Resulta que, al chico no le gustaba que a mí me diera la risa cada vez que una tía le entraba. Pero, ¿qué le hago? No soy una chica demasiado celosa. Cuando, por ejemplo, veo o siento que algo está mal con quien se supone que está conmigo pues, oye, sí que me encelo porque tengo motivos según mi orden lógico de las cosas.

Sin embargo, cuando no tengo motivos para estar celosa pues simplemente no lo estoy y ya.. no hay más vuelta de hoja.

Y con mi Rusi me pasaba eso.

Estaba tan segura de que quería conocerme y estar conmigo que, sin dudarlo, mis celos se quedaban resguardados en la caja de los sentimientos inexistentes.

Pero a él le molestaba.

Decía que yo rompía ese mito de que las españolas somos muy pasionales. Pero lo somos vamos, eso después le quedó patente.

Y todo esto desemboca de que una mañana mientras paseábamos a Wellie, una chica que llevaba un setter irlandés se acercó a él y empezó a ligar. Yo me mantuve al margen, yo que sé, pensando que se conocían de antes porque ella parecía tenerle mucha confianza. Sin embargo no era así... le estaba entrando a saco en mis narices.

- Me parece fatal que no te haya sentado mal lo que esa chica ha hecho - me soltó sin anestesia cuando se le pasó un poco el mosqueo.

- Créeme cuando te digo que merecía la pena dejarte pasar ese mal rato por tal de ver tu cara de circunstancias.

- Eres mala conmigo, María.

- No me perteneces como para que tenga que marcarte con pis, como los perros.

- Sí te pertenezco, más de lo que crees.

Y me besó hasta dejarme sin aliento y después rozó su nariz contra la mía cariñosamente.

¿Qué acababa de insinuar? ¿Acaso él quería algo más allá de la relación que teníamos?

Ay mi dios...

Diario desastroso de una Au Pair EspañolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora