Un viernes movidito

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Quedé con Silvia esa misma semana.

Me citó en el Starbucks de la calle principal. A lo que en principio me mostré un poco reacia.

El café en ese sitio no es lo que se dice lo mejor del mundo, pero bueno... ahí estaba yo, bebiéndome un capuchino con una gallega que en menos de una semana ya tenía un trabajo en el bar del club de deportes.

Eso son ganas y lo demás tonterías.

La chica parloteaba y parloteaba como ella sola, tanto que, cerca de las tres y cuarto la tuve que cortar de sopetón porque no iba a llegar con tiempo de recoger a los niños en la parada del autobús.

Llegué con la hora pegada, de hecho, los niños se estaban bajando del autobús cuando llegué. Y, cómo no, una vecina que es sudafricana me dejó al niño. Otra vez.

¿No os lo había contado?

La vecina en cuestión vivía una calle más allá. Y al niño le daba por quedarse todos los viernes después de clase. Y ahí se quedaba con nosotros hasta las cinco.

El cierto modo, el chico ni daba ruido. Era súper amable y educado, eso sí, comía más que mis dos niños juntos. Se zampaba su merienda y lo que les sobraba a mis niños.

Mis niños. Ya sueno madre total.

En parte así es como me sentía.

Es realmente triste que unos padres tan jóvenes como ellos, o qué digo. Es triste ver como cualquier familia británica deja a sus hijos en manos de desconocidos (como yo) durante todo el santo día.

Conocí a una chica neozelandesa que cuidaba a una bebé de 9 meses. Ella se encargaba de absolutamente todo. La duchaba, daba de comer, llevaba al médico, la enseñó a dar sus primeros pasos... por eso no es de extrañar que, cuando la niña dijo sus primeras palabras, dijera 'mum' mirando a su au pair.

Triste.

Y esa familia quería tener más hijos. Viva la Pepa.

Volviendo al vecino-lapa.

Con el paso de las semanas, Linda se fue enfadando porque le parecía que Anne (la vecina) estaba teniendo demasiada cara.

Una cosa es que el niño se quede de vez en cuando y que juegue con los niños en casa o en el jardín, o lo que quieran. Pero la otra es que tomó por costumbre venir todos los viernes, y la madre aprovechaba para hacer sus cosas.

Creo que hasta se lo dijo, en plan súper dulce, 'por favor, no te aproveches de mi au pair, si quieres una, contrátala'. Me la imagino y me da la risa.

La cosa es que el niño dejó de venir todos los viernes. Pero no quedó ahí la cosa, mis niños también se iban a su casa y nos turnábamos.

Yo flipaba.

Imaginad, viernes, acabo siempre de trabajar super tarde. Pero da igual, porque no hacemos deberes, vemos películas, comemos palomitas y chuches que compro yo y, para rematar la perfección comíamos pizza.

Y ese viernes me encontré 10 libras cuando iba de vuelta para la casa y decidí darles una sorpresa a los niños.

No esperábamos a nadie, y estaban muertos de hambre. Así que se sorprendieron mucho cuando sonó el timbre de la puerta.

Mandé al mayor a abrir y, cuando se encontró de sopetón con el repartidos del Domino's pizza casi me salta encima y me besuquea.

Cuando Linda llegó y vio las cajas quiso matarme por haberme gastado el dinero en eso... pero cuando vio la ilusión en la cara de los niños por una sorpresa que yo les había dado, me coló el dinero en el sueldo de la semana siguiente.

El fin de semana no podía empezar de mejor manera.

Además, iríamos a Windsor el domingo siguiente.

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Diario desastroso de una Au Pair EspañolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora