He de reconocer que cuando llegué a la estación de Paddington no esperaba para nada estar tan nerviosa.
Ese mismo día me había depilado, porsi porsi. Había llevado a los niños al colegio como siempre, paseado al mastodonte (cabe decir que ese día casi no vomito cuando recogí la caca, casi) e incluso preparé la cena antes de recoger a los niños porque necesitaba mantenerme ocupada.
Cuando Diego me escribió a las cinco de la tarde de que había pisado territorio inglés, me puse aún más nerviosa. No sé qué me pasaba.
En fin.
Para colmo a la parada del autobús escolar vino el Rusi y me dijo que estaba guapísima. Me sonrojé y, cómo no, me sentí un poco mal cuando la alemana me miraba de esa manera en la que sientes ser derrumbada por una bomba nuclear.
Creo que a ella le gustaba y mucho.
Pero yo no tenía la culpa de que él me mirara a mí. O ¿tal vez si?
La cosa es que poco me importaba, porque yo solo pensaba en que iba a pasar todo el fin de semana con Diego.
Mi madre me advirtió de que todo el pueblo andaba cuchicheando que venía a verme y eso me costó una discusión con Tati, quien desde que volvió a casa estaba bastante extraña.
Diego me recibió con uno de esos abrazos que te hacen sentir como en casa. Su aroma, sus ojazos verdes y ese cuerpazo alrededor de mí me hicieron sentir como hacía mucho que no me sentía.
Completa.
Rebobino un poco.
Diego y yo nos conocemos desde la guardería.
Se puede decir que aprendimos a gatear juntos.
Él era mi mejor amigo hasta que descubrí que era una niña y conocí a Tati. Sí, de pequeña creía que era un niño, véase que me he criado entre primos, tengo un hermano mayor, mi mejor amigo era Diego y para los Reyes Magos pedía Playmobil.
Guay ¿eh?
Fuimos juntos hacia el hotel para dejar mi macuto y bajar a comer fish and chips a un bareto cercano que mi compi había fichado ya en cuanto llegó.
Le encantan los baretos, tiene la teoría de que cuanto más pequeño sea el bar, mejor se come.
Hay veces que eso no se cumple pero chico... ¿quien le va a quitar esa ilusión al chiquillo?
Después de comer fuimos al hotel, charlamos durante toda la noche. Ojo, charlar. Y compramos una botella de ginebra en Sainsbury's para hacernos unos cócteles en la habitación, mi Diego es el mejor Barman del mundo. He dicho mi. Dios mío...
Desde el momento en el que descolgué el teléfono supe que este fin de semana iba a ser una locura. Sobre todo estando con quien estaba. Me contó mil y un chismes sobre el pueblo, que si nosequien estaba con nosecual, que si el ex de Tati le rondaba de nuevo, que si quedó con Tati y la notó rara... eso me puso en alerta, quise indagar más en el tema pero él no estaba por la labor.
Ideamos mil y una formas de matar a los niños con cianuro sin que se notara, pero en el fondo él y yo sabíamos que, por muy malos que fueran, yo nunca sería capaz ni de matar a un mosquito.
Rectifico, a un mosquito sí, porque por las noches son muy por-culeros.
A la hora de dormir tengo que reconocer que me quedé un poco sorprendida.
Diego había alquilado una habitación doble, claro está, con dos camitas pequeñas, pero cuando quise salir del baño las había convertido en una de matrimonio.
Nos acostamos a eso de las 4:30 a.m. sabiendo que no íbamos a dormir apenas porque 'la alarma del turista' sonaba a las 8:30.
Pero... ¿quien quiere dormir cuando la compañía es tan tan agradable?
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Diario desastroso de una Au Pair Española
Non-Fiction"La ley de Murphy debería llamarse 'ley de María' todo en esta bendita vida me sale mal'. Una gaditana, Inglaterra y miles de aventuras y personas nuevas por descubrir, lo que iba a ser un año aprendiendo inglés, se convirtió en una de las me...