Iba emocionada cual niña pequeña en el tren de camino a Londres con Pilar.
Habíamos decidido ir de shopping por la capital de la moda y ya, de camino, hacer algunas compras navideñas para nuestras familias.
Al final lo que nos compramos fue una caja en forma de autobús lleno de pastas para el té. Nos estábamos britanizando...
Y ahí nos quedamos, las dos idiotas en pleno Oxford Street mirando las luces.
Decepción, es la palabra que mejor lo definiría.
No es que estuvieran mal, a ver, comprended que venía de casa, de haber visto las luces de Calle Larios en Málaga por un periódico On-Line y, ciertamente, las londinenses (por lo menos las de esa calle) se quedaron muy cortas.
Lo que sí moló (y mucho) fue Winter Wonderland en Hyde Park. Lo recomiendo encarecidamente a todo aquel que planee ir a la capital Británica en Navidad. Es un espectáculo que no se puede dejar de ver por nada de nada.
Días después repetí experiencia con la familia, fue muy gratificante, porque limé asperezas y estreché lazos con la familia.
Cabe destacar que lo pasé súper bien.
Fue mi último día antes de volver a casa por vacaciones. Para el cual el vuelo me costó un riñón y medio hígado.
Estaba nerviosísima.
Pero volviendo a aquella noche en Londres, que desvarío.
Pilar y yo encontramos una cervecería en la que nos bebimos una pinta bien cargada de cerveza negra. Por probarla, y tal fue el experimento que yo iba de camino en el tren de vuelta a casa con un achispamiento considerable. Lo que vienen siendo los daños colaterales de beberte la cerveza como el agua por tal de no perder el tren y no tirar unas libras que valen su peso en oro.
Literalmente.
En el pueblo decidimos seguir con la fiesta, por qué si. Creímos que era demasiado temprano para volver a casa y además me quedaba con ella a dormir en mi casa.
En el bar de siempre nos encontramos con otras Au Pair que charlaban sobre lo guapísimo que era el chaval que jugaba en la mesa de billar.
En cuanto Pilar le vio, ya que tenía mejor perspectiva (y yo estaba centrada en mi gin tónic), me hizo señas para que le mirara y, como no, me quede loca con la visión del Rusi tirado sobre la mesa de billar mirando a la bola como si le fuera a hacer travesuras.Me morí.
Y me miró al sentirse observado. Pero yo, que cuando bebo soy una sinvergüenza, le guiñe y levante mi copa a modo de brindis.
Cogió su cerveza y me imitó. Me gane muchas enemigas esa noche. Pero me dio igual porque el Rusi estaba muy bueno y yo me lo estaba pasando pipa.
Al final fui buena y se lo presenté a todas.
Con mi pea monumental solo puedo recordar el último momento de la noche, en el que el Rusi me besó y se me bajó toda la tajada... Pocos días después volvería a ver a Diego... Y yo voy y beso al ruso-británico.
No sabía quien vendría a recogerme al aeropuerto días después. Porque, según mis últimas noticias, no se habían puesto del todo de acuerdo para venir. Y me darían la sorpresa en el aeropuerto.Al aterrizar recogí mi maleta. Toda yo temblaba.
Y salí como una escopeta a la salida. No sabía que tendría que andar tanto...
Cuando por fin llegué a la puerta me encontré con todos esperándome. Y cuando digo todos... me refiero a mis padres, mi hermano, Diego y... Tati.
Sí, mis padres tienen un siete plazas.
Me los comí a todos a besos y, aunque intenté que no fuera así, todos acabamos derramando alguna que otra lagrimilla...
Yo más que ellos...
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Diario desastroso de una Au Pair Española
Non-Fiction"La ley de Murphy debería llamarse 'ley de María' todo en esta bendita vida me sale mal'. Una gaditana, Inglaterra y miles de aventuras y personas nuevas por descubrir, lo que iba a ser un año aprendiendo inglés, se convirtió en una de las me...