He perdido un brazo. Y también la cabeza.

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Los andaluces, y como ejemplo aquí una servidora, tenemos fama de ser un poco exagerados. En cierto modo, he de reconocer que es verdad. Pero ¿a qué queda muy bien?

Pues eso.

Salimos de casa con el mastodonte ese, al que llamaban perro. Era muy bonito, siendo sincera. Era un setter inglés de purísima raza, con pedigrí y todo, de los de mírame y no me toques.

Pijos...

Pero ahora sí. El pobre perro tenía una cara de pena que partía el alma. Si estaba contento, cara de pena; si estaba cariñoso, cara de pena; si estaba triste... imaginad.

A lo que iba.

Salimos de la casa. Yo con la ropa del día anterior y unas deportivas del niño. ¿No lo he dicho? El niño mayor es casi tan alto como yo (véase 1'62 m) y tiene el pie más grande. Me dio un poco de asquito ponerme las zapatillas del nene, pero la madre, que me vio la cara, me perjuró que antes de dejarlas en una caja dentro del armario del olvido, las había lavado. Por ahí me he librado.

La abuela seguía sin mirarme bien.

Emprendimos el camino hacia un camino extraño al que llamaban happy valley, no me preguntéis por qué. Eso no tenía fin.

Ellas dos iban planteando algún dilema sobre nosequién en Facebook y yo observaba al perro, que para más detalles, estaba suelto. Y, de repente....

Se oye algo así como un disparo, pero no era un disparo, ¿o sí lo era? Ni idea.

Y el perro sale disparado como alma que lleva el diablo y se adentra en unos arbustos, empiezo a llamarle pero claro está, a mí ni puñetero caso. Total, soy la nueva.

Y en ese momento mi señora jefa se da cuenta de que el chucho con pedigrí está en paradero desconocido y, evidentemente, se alama.

Explicación 1: el perro cuesta una pasta.

Explicación 2: es más veloz que un galgo.

Explicación 3: el marido la va a matar como el perro no aparezca.

La explicación 2 no sé a qué cuento venía, pero parece que a ella le hizo ilusión decirlo.

Empezamos a correr.

Y ojito... YO TAMBIEN VOY CORRIENDO. Si me viera mi profesor de educación física del instituto... como broma del destino, soy yo la que encuentra al perro y lo engancha. Linda llega después y me lanza la correa. Se la paso por el cuello al perro y cuando lo suelto me da un tironazo importante y siento mi hombro dislocarse.

Estoy siendo exagerada otra vez.

Pero de verdad que me hizo daño. Mucho. Demasiado.

Después del precioso incidente del perro escapista dimos el paseo por finalizado. Lógico, las tres íbamos con el corazón en la garganta.

Pero ahí no queda la cosa.

¡Nos fuimos de shopping!

Se suponía, y he dicho suponía, que el plan inicial era ir, comprar ropa necesaria hasta que llegara mi maleta. Pero no fue así. Linda tenía otra cosa en mente.

Me llevó por todas las tiendas en busca de un vestido apropiado para el bautizo de su sobrina al que teníamos que ir el domingo, en Manchester. ¿Tú lo sabías? Porque yo me acababa de enterar. Y para colmo, yo estaba invitada y obviamente, tenía que ir. Toda la familia quería conocerme.

BIEEEEEEEEEN.

No...

En el camino de vuelta recogimos al señor jefe en la estación de tren. He de decir que me compré un vestido blanco de florecillas monísimo, que combinaba a la perfección con unas bailarinas que se habían librado de ir en la maleta facturada y una chaqueta vaquera, arreglada pero informal. Además, por supuesto, me compré la suficiente ropa como para sobrevivir durante una semana, repitiendo, por supuesto.

Cuando llegamos a la casa a eso de las cuatro de la tarde, la abuela había recogido a los niños en la parada del autobús, y les estaba dando la merienda.

Las miradas que me encontré fueron de cine...

Diario desastroso de una Au Pair EspañolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora