Cuando mi fiel escudera Tati y yo nos pusimos con los trámites para irnos, nos quedamos un poco estupefactas con todo lo que nos pedían, aunque, claro está, era totalmente razonable.
Cualquier persona en su sano juicio quiere tener constancia de que la persona que va a meter en su casa y va a cuidar se sus hijos en su ausencia es alguien de fiar. Es decir, que no tiene antecedentes penales (folio de mierda firmado que costó un dinero), que estamos sanas (una semana de espera a una puñetera analítica y posteriores resultados), una foto sonriendo (se vayan a pensar que una es terrorista o algo así), un formulario de la hostia con tropecientos espacios a rellenar, y un collage (muestra pictórica de ti, tus amigos y familia para que se den cuenta de lo genial y bellísima persona que eres). En fin.
Recuperar todo ese desastre nos abarcó un mes. Un mes, sí. Entre que esto no sirve, el médico que pasa de ti, analítica que te pierden y todas las genialidades del maravilloso mundo y de nuestra suerte magnífica. Después, bueno... no se puede decir que el camino para irnos haya sido de color de rosa. Nos pusimos en contacto con una agencia para au pairs. La muchacha que nos atendía y nos llevaba toda la parafernalia de encontrar familias era maja no, majísima y nos echaba broncas tremendas sin que nos diéramos cuenta, de una forma tan sutil que nos quedábamos plasmadas. Las broncas siempre venían de la mano de un: "no me interesa esta familia porque es escocesa y no la voy a entender". La muchacha tenía su derecho a mosquearse, sinceramente. Porque nos encontró unas familias muy apañadas muy cerquita la una de la otra.
El desastre número dos, fue que encontré familia mucho antes que Tati. Todo porque la petarda esta de la agencia me dijo que la aceptara, que de ese modo le sería más fácil encontrar a una familia cerca de mi entorno para mi amiga. Lo hice, acepté.
En ese momento me planteé seriamente: ¿Por qué me estoy metiendo en esto? A mí los niños me gustan, sí, pero lejos. Y los perros (la familia tenía uno enorme) tampoco es que sean de mi total agrado. A ver, me gustan, pero los pequeños tipo yorkshire o chihuahua. Y ya de mi nivel de inglés ni hablamos, que es algo así como inglés del monte salpicado. Entender, entiendo un montón (¡vivan las series en versión original!) pero de hablar ni papa.
Cuando ya todo el santo pueblo se enteró de que nos marchábamos y perdían a dos de sus mejores bellezas, un halo de tristeza se instaló por las casas cercanas a la mía. Las vecinas de toda la vida me miraban negando con la cabeza, y más de una vez escuché: y yo que creía que esta se casaba aquí con el hijo de la Manoli, con el pequeño. Diego. Mira que el jodido está bueno. Es algo así como una mezcla entre "el Duque" y "el niño", lo sé, se os ha caído la baba.
De modo que me vi sola, partiendo hacia la "lejana" Inglaterra con la promesa de que mi mejor amiga se reuniría conmigo allí una sola semanita después. Tampoco iba a ser para tanto. ¿No?
Pero antes... me di un homenaje y celebré la mayor fiesta de toda mi vida. Todos, y cuando digo a todos es TODOS, mis amigos y yo nos fuimos de fiesta, pillamos la cogorza del milenio y nos despedimos entre llantos y los típicos 'te acuerdas de cuando...' y su respectiva historia.
Me pasé toda la noche abrazada a Tati, aunque solo fuera una semana, la echaría de menos, nunca jamás de los jamases habíamos pasado tanto tiempo separadas. Éramos como uña y carne.
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Diario desastroso de una Au Pair Española
Phi Hư Cấu"La ley de Murphy debería llamarse 'ley de María' todo en esta bendita vida me sale mal'. Una gaditana, Inglaterra y miles de aventuras y personas nuevas por descubrir, lo que iba a ser un año aprendiendo inglés, se convirtió en una de las me...