Lo sé. Tengo muy poca vergüenza.
A estas alturas de la vida, no me he presentado. Os he contado mi vida, bueno, parte de ella. Os he hablado de mis padres, de mis 'adorables' vecinas, de lo simpático que es mi hermano, de lo que quiero a mi amiga Tati y de lo bueno que está Diego. Pero nada de mí.
Esta criatura del señor que os escribe y os cuenta sus andanzas de caballera andante se llama María. Un nombre muy común y corriente, sí. Casi el 50% de la población española se llama como yo. Pero no sabéis la de dolores de cabeza que ha dado.
Pasando un poco de mi precioso y para nada escuchado nombre (nótese la ironía) pasemos a comentar el maravilloso día en que, por primera vez, me monté en un avión.
Estaba cagada.
Total y literalmente. Porque, de los mismos nervios, tenía la tripa muy revuelta.
Genial.
A todo esto, es importante decir que me arruiné. Mi querida familia me confirmó el día en que tenía que llegar a Inglaterra solo con un mes de antelación, en verano, temporada alta.
Guay.
Tenía que ir al aeropuerto de Heathrow, sí o sí. Así que la única solución fue desplazarme hasta Málaga y coger un avión con escala en Madrid. Me dejé una pasta. Y, lo mejor de todo, fue que era el vuelo más barato para esa fecha. 3 de septiembre.
Ese día tuve muchos problemas.
Para empezar, salimos tarde del pueblo porque la gente que vino a despedirme parecían pulpos, no me soltaban los muy pegajosos. Que si ten cuidado, que si no te enamores de ningún inglés, que si son muy siesos, que si ten cuidado otra vez. Vade retro, pulpos.
Continuamos con que mi querida Tati, que insistió en acompañarnos a mis padres y a mí hasta el aeropuerto, se quedó dormida. Te quiero, Tati.
La melodramática despedida con moquillos colgantes y todo me la ahorro. Fue triste. Mucho.
El siguiente acontecimiento maravilloso fue que el avión iba con retraso. Cabe añadir que era el avión más horroroso, incómodo y 'rustico' que he visto en mi vida. Era más antiguo que la reconquista y parecía que íbamos todo el rato en medio de una zona de turbulencias.
A continuación, una azafata (muy amable) comenzó a relatar en qué puerta del aeropuerto debíamos tomar el siguiente avión, el definitivo, el que ya nos llevaba a nuestro destino. Y, a mi lado, tenía sentada a una pobre mujer francesa que no entendía ni papa de inglés y mucho menos de español. Tuve que rebuscar en mis conocimientos del instituto y recordar cómo se decía 86 en su idioma (quatre vingt six).
A esto que, a causa del retraso, llegamos tarde a barajas y, gracias a mi bendita suerte, tuve que correr por toda la terminal 4 de Barajas, maleta en mano y con unas cuantas personas más como yo, en dirección a mi segundo vuelo del día.
Maravilloso, ¿verdad?
Este avión sí que molaba. Porque llegué justo a tiempo de que una azafata muy idiota me dijera que no podía entrar y a los 4 segundos la avisaron de que tenía que dejarnos a mí y a todos los que me habían perseguido en la I Maratón de Barajas (yo gané, hahaha). Con mi mejor sonrisa de suficiencia la miré, y supe que me odiaba "te jodes, zorra", pensé.
A mi lado había un muchacho guapo no, lo siguiente, cosa que me alegró el vuelo.
Pero no podía estar más nerviosa. Se acercaba el momento de conocer a la familia con la que iba a convivir los siguientes 10 meses.
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Diario desastroso de una Au Pair Española
Non-Fiction"La ley de Murphy debería llamarse 'ley de María' todo en esta bendita vida me sale mal'. Una gaditana, Inglaterra y miles de aventuras y personas nuevas por descubrir, lo que iba a ser un año aprendiendo inglés, se convirtió en una de las me...