Un día que tomábamos café, así, por la cara, me presentaron a una chavala que se llamaba Carmen.
En verdad ahí no empezó mi historia con ella.
Sinceridad a tope.
Como había dos grupos de whatsapp con la gente del pueblo, uno solo para au pairs y el otro para todos los extranjeros que residíamos allí, me tocó eliminar a uno de ellos porque quedé como administradora e iban a hacer uno nuevo, eliminando a la gente que ya se había ido, metiendo gente nueva y agrupándolos a todos en un solo grupo. Me he liado un poco pero me da igual.
Se suponía que era más sencillo.
Pero fue un coñazo.
Así que ahí me vi yo, eliminando gente a punta pala de un grupo y claro, algunos de ellos me escribieron a mí para preguntarme que por qué les eliminaba, guardé sus números y pedí que les añadieran al otro.
Una de esas personas fue Carmen, quien, claro está me escribió en inglés, pero al ver su nombre pensé en hacerlo en español.
Carmen es un nombre tipical Spanish ¿no?
Pues no.
Cuando vi en persona a la dichosa Carmen aluciné.
En serio.
Era austríaca, rubísima y estaba loca como una cabra.
Lo de loca como una cabra lo descubrí después.
Y tenía nombre de folclórica española, una bomba de relojería.
No hace falta que diga que me llevé genial con ella desde el primer momento. Aunque era rara.
Tenía 20 años y, como muchas otras, se había tomado este año sabático para decidir qué iba a hacer con su vida.
Era más mona...
Le encantaban las antigüedades.
De hecho nos hizo ir a la loca de Alba y a mí a un mercadillo de antigüedades en el pueblo y se gastó una cantidad indecente de dinero en un anillo que perfectamente podría haberse sacado igualito del joyero de mi abuela.
Y no es broma.
Era tipo bruja. Me recordó un poco a mis tardes de invierno viendo Embrujadas.
Qué tiempos aquellos.
Pero no.
Yo estaba haciendo malabares para poder pagar la academia y la niña esa comprándose anillos caros porque sí.
Muy justo todo.
Pues eso.
¿He dicho que rebauticé al perro?
Sí.
Como Wellington me parecía un nombre demasiado largo y rimbombante. Decidí llamarle Jesús. No tiene mucha lógica pero parece que al perro le gustaba.
Si es que... en realidad se me va la olla...
En fin.
Una tarde de domingo hicimos un picnic porque, por una de esas casualidades que solo ocurren una vez en la vida. Casi nadie tenía plan, hacía un día precioso y ¡qué leches! No teníamos ganas de niños ni de familia.
Así que allí nos vimos unas ocho o nueve chicas de distintas nacionalidades haciendo un picnic y contándonos nuestras vidas.
Lo pasamos genial y guardo fotos muuuuuy graciosas de ese día.
Parecía que todo empezaba a encajar. ¿Me equivocaba?
ESTÁS LEYENDO
Diario desastroso de una Au Pair Española
Non-Fiction"La ley de Murphy debería llamarse 'ley de María' todo en esta bendita vida me sale mal'. Una gaditana, Inglaterra y miles de aventuras y personas nuevas por descubrir, lo que iba a ser un año aprendiendo inglés, se convirtió en una de las me...