Y ahora... ¿Qué?

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*Visión de Pablo*

No puede ser... Está aquí, y esta vez nada ni nadie me puede salvar. Atravesé el umbral del balcón y regresé al interior del apartamento. Mary ya se había terminado de vestir y me miraba preocupada.

-¿Qué ocurre? —preguntó levantándose del sofá.

-Mi casero. —dije llevando mis manos a mi cabeza mientras daba vueltas sobre mí mismo. —Verá el cristal roto del balcón y me echará a la calle.

-Tranquilo, Pablo. Ponle cualquier excusa para que no entre. —dijo Mary.

-Ya lo hice la última vez... Esta vez no va a colar. Además ya me tocaba pagarle el alquiler, y no tengo todo el dinero. Y tu padre también espera que le pague el cristal. —contesté preocupado.

El timbre volvió a sonar. Me puse aún más nervioso. Me veía de patitas en la calle sin un techo bajo el que dormir junto a John. Vi que Mary se dirigió hacia la puerta para abrir ella, pero se lo impedí, era yo quien debía dar la cara.

Cuando estaba a punto de abrir mi casero aporreó la puerta con cuatro o cinco golpes. Se estaba impacientando.

-Pablo, abre la puerta. —dijo Matthew completamente serio.

Alcé la mano y la abrí. Matthew se encontraba de brazos cruzados y con una mirada nada simpática. Intenté disimular mi nerviosismo y le sonreí falsamente.

-Buenas tardes, señor Matthew. —dije con un hilo de voz.

-Hola, Pablo. ¿Puedo pasar? —preguntó Matthew dando ya un paso al frente para entrar en el apartamento.

No podía decirle que no una vez más, si no sospecharía. Así que preferí decirle que sí a pesar de que ya estuviese dentro. Avanzó tranquilamente hasta el salón. Mi sentencia estaba asegurada. Cuando se girase hacia el balcón vería que faltaba el cristal, adiós a la fianza y a la calle.

Le seguí rápidamente hasta que se paró de golpe en medio del salón. No me esperaba su parada, por lo que me topé con su espalda dándome un golpe. Giré rápidamente la cabeza hacia el balcón y Mary se encontraba delante de él intentando disimular que faltaba el cristal. Con un poco de suerte pensaría que estaba extremadamente limpio y pasaría inadvertido.

Recé porque se cumpliese lo que había pensado. Matthew echó un vistazo rápido al salón seguramente buscando algún desperfecto. Me había preocupado de tapar las manchas de la moqueta del suelo de la fiesta con las sillas y algunas cajas. La pared, que también se había manchado y no había sido capaz de quitar todas las manchas la tapé con banderas y posters de algunos grupos para disimularlas. Pero aquel olor que inundaba el apartamento no era capaz de camuflarlo por mucho ambientador que rociase.

-¿A qué huele? —preguntó Matthew extrañado mientras seguía inspeccionando el salón.

-Mmm... A... quemado. Sí, a quemado. Estaba haciendo de comer y se me ha quemado el bacon que estaba haciendo. —contesté nervioso.

Matthew cruzó la mirada con la de Mary un instante y se sorprendió de verla allí en completo silencio.

-Vaya, hola. Encantado, soy Matthew. —dijo mi casero sin emoción en su voz.

-Igualmente, señor Matthew. Soy Mary. —contestó ella inclinando su cabeza a modo de saludo para evitar moverse del sitio.

-¿Qué tal si echamos un vistazo al resto del apartamento? —preguntó Matthew girándose hacia mí.

Asentí y él avanzó hacia mi habitación. Me sentí un poco más tranquilo ya que el resto del apartamento estaba medianamente en condiciones, y sabía que no me iba a echar de allí por lo que viese en las habitaciones, si no por el cristal del balcón.

The Day That Never ComesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora