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—Dos enteradas, por favor. —Le dice a la chica de la caseta que mastica un chicle de manera asquerosa.

— ¿De qué colores? —Pregunta con fastidio.

—Roja, las dos.—Dice con autoridad. En el fondo me siento bien, no lo voy a negar, pero tampoco quiero hacerme muchas esperanzas. Quizá sólo lo hizo porque no quiere que nadie nos moleste.

Mari le pasa un billete y la chica le entrega el cambio y las entradas. Mari me ayuda a colocarme mi brazalete y yo le coloco el de ella. Nos movemos a través de las las pocas personas hasta una mesa y rápidamente llega un chico alto y sin cabello a atendernos.

Mari se encarga de pedir las bebidas ya que ella es la experta en eso. La miro en silencio mientras ordena también una ración de papas fritas.

—Estás callada hoy. —Dice cuando el chico se va. Me remuevo un poco en la silla. —Has estado rara toda ésta semana, de hecho. —Comenta y me siento incómoda. No quiero decirle que he estado evitándola porque no sé cómo me siento.

—Las clases están siendo una locura. —Miento. Ella parece no creerme, pero tampoco dice nada al respecto. — ¿Cómo ha ido el trabajo? —Pregunto para cambiar de tema.

—Horrible. —No duda en responder y yo río. —Todos esos críos falsificando sus carnet de identidad sólo para poder tomarse un par de cervezas y luego liarse a golpes con cualquier otro crío. —Dice con un tono de estrés en su voz.

—Ya hablas como una señora de setenta años quejándose de como la juventud está descarrilada. —Me burlo y ella ríe. 

—Es que son insoportables. —Dice con frustración.

—Son dos años menor que tú. —Le recuerdo y ella ríe.

—Eres un poco insoportable. —Dice aún riendo. Me encojo de hombros. El mesero llega con un par de botellas de cervezas y luego se marcha.

Mari toma su botella y la alza, yo también hago lo mismo y las chocamos en un pequeño brindis.

El Sol en tus Ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora