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Me muevo y siento como ella también lo hace. Abro los ojos y con cuidado intento salir de la cama sin despertarla. Levanto mi ropa del suelo y me meto al baño. Me miro en el espejo y mi tonta sonrisa me delata.

No puedo creerlo. Simplemente no puedo creerlo. No puedo creer la maravillosa noche que pasamos y ahora está dormida, desnuda y en mi cama. Soy la mujer más feliz de éste puto mundo. Me lavo los dientes y la cara, me coloco la ropa y desenredo mi cabello antes de volver a la habitación.

¿Debería ir por el desayuno? O espero a que ella se despierte y vayamos a algún lindo café. La veo dormir plácidamente. Tiene un rostro muy angelical cuando duerme, es preciosa. No quiero despertarla. Decido salir a comprar el desayuno y dejarle una nota en la cama por si despierta.

Tomo las llaves y salgo en silencio. Trato de caminar lo más rápido que puedo porque no quiero que despierte y éste sola mucho rato. Cuando llego a al cafetín pido dos sandwich, dos café y dos jugos de naranja. Espero que sea suficiente.

Entro a la habitación y lo primero que veo es la cama vacía. Siento como mi corazón se hunde en mi pecho. Dejo la comida en la mesita de noche, veo todo el lugar tratando de encontrar una nota, pero no dejó nada a excepción de su bolso.

—Tu baño es una locura. —Murmura saliendo del mismo. Siento como el corazón me da un brinco.

—Sí, es es poco estrecho. —Le sonrío. Se acerca a mí y me da un suave beso antes de sentarse en la cama. —Traje el desayuno. —Señalo la bolsa en la mesita y la abre.

—Eres como una especie de hada de los desayunos, siempre consigues uno. —Ríe tontamente y yo también. Comemos en silencio, lo cual no está mal porque no sé de qué se habla después del mejor sexo de la vida.

El Sol en tus Ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora