CINCUENTA Y DOS

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ALAIA LEWIS

Todos tenemos diferentes finales, algunos tienen su final tan ansiado uno donde todo es felicidad y color rosa están con las personas que quieren y viven felices hasta que la muerte los separe, otros tienen como final una muerte trágica que hacen que se vayan antes de los que sus allegados querían. Pero hay ese pequeño porcentaje de personas que su final es tan cabrón que parece el destino se ensaño tanto con ellas ya que se sienten como si estuvieran muertas en vida, yo estoy incluido en ese porcentaje.

Caminando hacia el altar vestida de blanco me entrego al demonio que me quiere atar junto a él, todos sonríen, hasta yo para que piensen que estoy aquí por voluntad propia, los aplausos no se hacen esperar al verme caminar con un ramo de flores hasta donde está el novio elegantemente vestido con terno azulino, corbatín, zapatos negros y una gran sonrisa de triunfo, lo miro fijo y sonrió para demostrarle que nadie me puede derrumbar, que haré lo que sea necesario para estar a la altura de una jefa de la mafia francesa, sobresalir y de paso matarlo a él, porque pude perdonar todo pero después de esto no dejo pasar ni una más.

Ni un error más se comete conmigo porque la pagarán muy caro.

                                                                                         /*/

Me esforcé los siguientes tres meses entrenando con armas y físicamente, las lágrimas, el sudor, cansancio, estar horas disparando a un solo blanco que no eran las personas con las que quería hacerlo, todo eso sirvió para pulir mi fuerza, resistencia y puntería, me metí en la mente que tenía que esforzarme mucho para llegar alto, pero las consecuencias del desgasto físico me estaban pasando la factura, los mareos, los dolores de cabeza y el estómago que casi siempre lo traía revuelto, eran consecuencias de no comer ni dormir a mis horas.

Escuché que se abrió el portón de mi gimnasio privado.

—Que bien entrenas —era Gerard— espero algún día estés a mi altura para enfrentarme —me jodia día y noche con lo mismo, pero ahora ya estoy preparada y dispuesta a hacerlo quedar de rodillas frente a mí.

—Hay que hacerlo ahora —me volteé a enfrentarlo, en su rostro apareció una sonrisa malévola y le devolví la sonrisa.

—¿Segura?

—Segura —se sacó la corbata y desabotonó su camisa para sacársela, él siempre viste de terno, saqué las vendas de mis nudillos y me preparé para empezar.

Me puse en posición y él también lo hizo.

—Las damas primero —dijo ya que no tiraba el primer golpe.

Me acercaba lentamente hacia él pero él se movía por el espacio, con cada paso que daba me veía más cerca de él y mi puño en su rostro, pero debía ser cuidadosa, mi mirada estaba fija en él y en cada movimiento que hacía, vi como movió el brazo ligeramente entonces me di cuenta quien sería el que daría el primer golpe.

Esperé que decidiera dar el primer golpe.

—Anda Gerard, no tengo todo el día—lo alenté a dar el primer golpe.

—Como quieras —siguió moviéndose por el espacio al igual que yo, de un movimiento rápido vi su puño venir hacia mí y lo esquivé, al bajar golpeé su estómago haciéndole retroceder.

—Buen golpe eh —rió y se descuidó bajando la guardia.

Aproveché para derrotarlo dándole un golpe en la mejilla, se cubrió pero fui rápida dándole una patada en la rodilla que lo hizo caer.

—Has entrenado bien —se quejó, le di una patada en el estómago, él fue astuto jalando mi pierna haciendo que caiga golpeándome el trasero.

—Lo suficiente para hacerte caer primero que yo —me zafé de su agarre en mi pierna y lo empujé, me subí encima de él sujetando sus brazos encima de su cabeza— Ya estuvieras con la garganta cortada si tuviera una navaja.

Me salí de su encima y tomé mi botella de agua bebiendo un poco de esta.

—Eres ágil, vas por buen camino, sigue practicando —salí del cuarto dejándolo atrás, me importa poco lo que me falta practicar.

Vi venir a Adelaide con una sonrisa en el rostro y al lado una de las empleadas con un niño muy tierno en sus brazos, mi pequeño Elliot.

—Se ve que hoy entrenaste duro —mencionó Adelaide.

—Así es —le respondí— Dame al niño por favor —le pedí a la niñera, ella me miro con desconfianza como siempre lo hace cada que me entrega al bebé y la miré con confusión, no sé qué le pasa a ella conmigo que aparte de mirarme mal, espiarme a veces también me trata como si fuera su peor enemiga sin yo haberle hecho algo.

Adelaide le dio una mirada de desaprobación y me señalo con la mirada para que me diera al niño, ella hizo caso y tomé al pequeño entre mis brazos, es una cosita hermosa, su cabello oscuro lacio resalta con su piel blanca, sus ojos son grandes y marrones, me miraba con curiosidad, agarró un mechón de mi cabello y lo sostuvo con su pequeña manita.

—Es hora de que el niño duerma —avisó la niñera.

—Cierto —respondí— Yo lo haré dormir, no te preocupes, tú puedes ir a descansar.

—Señora, el niño se ha acostumbrado a que yo...

—El niño se acostumbrará a mi ahora —este pequeño es lo único por lo que permanezco aquí, se ve tan frágil y su madre falleció dándole a luz— El hijo de Gerard ahora también es el mio y como su esposa yo lo tendré a cargo —aparte ella ya me tiene cansada con sus miradas de desconfianza y sus acciones sospechosas.

—Pero señora... —se atrevió a refutar.

—Mira, yo no te hice nada para que me trates como si fuera una intrusa en esta casa, he visto como me miras y no me gusta, no te quiero cerca de mi hijo y por lo que veo tu trabajo solo es cuidar de él, ahora como yo lo haré estas despedida.

—Puedes retirarte —le ordenó Adelaide, el pequeño se removió entre mis brazos y lo arrullé.

—Señora... —los ojos de la niñera estaban llorosos— por favor no me separé de él —suplicó.

—Retírate Isabella —volvió a repetir Adelaide— más tarde hablamos.

Ella se retiró llorando y la miré con extrañeza.

—No la quiero volver a ver aquí —le dije.

—Se acostumbro al niño, es algo normal que se ponga así.

—No me interesa, no la quiero aquí —miré al niño que está jugando con mi cabello— Quiero que pasen la cuna de Elliot a mi habitación —pedí.

—Claro, pediré que lo hagan mañana temprano.

—Gracias, buenas noches —fui a mi habitación con el bebé en mis brazos, él ya se había quedado dormido y lo acosté en mi cama poniéndole almohadas a su alrededor para que no se caiga.

Fui al baño a darme una ducha y al salir me encontré a Gerard sentado en la cama, me tapé un poco más con la toalla ya que me sentía muy expuesta.

—Ándate de aquí —le dije, se levantó y se acercó a mí lentamente.

—Eres mi esposa Alaia —no retrocedí, al contrario levanté mi rostro y lo enfrenté— Han pasado tres meses quiero que seas mi mujer —me reí ante la idiotez que acaba de salir de su boca.

—Bien sabes porque me case contigo, te lo deje claro y no esperes nos vayamos a la cama como si nos hubiéramos casado por amor.

—Quiero que seas mía Alaia —tomó mi brazo y me acerco más a él— no me importa la razón, te casaste conmigo eso es lo que importa —su agarré me lastima pero no quiero armar un problema y despertar al niño.

—Respeta a tu hijo que está en la cama durmiendo, acaso eres tan inconsciente como para despertarlo solo porque quieres convencerme de algo que no pasará —me soltó el brazo y miro al niño— Lárgate de aquí Gerard antes que te saque a patadas de mi habitación.

—Ya me estoy cansando de tus excusas Alaia, un día de estos no me importara nada.

Salió de la habitación, maldito, siempre hostigándome con lo mismo, me vestí y me acosté al lado del niño. No me cansaba de verlo, es un pequeño demasiado adorable y tan frágil.

Desde ahora lo tomaré como un hijo y nadie me lo quitara es mio, es mi pequeña esperanza en este mundo y no dejaré que nadie lo toque, lo protegeré con uñas y dientes de todos.

Un Mundo Diferente [completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora