Capítulo 8.1

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"Todo se transforma, bueno, malo, no lo sabemos, pero siempre cambia, así como también, cambia lo que siento por ti"

Ni bien llego a casa, subo a mi habitación y me apresuro a escoger ropa, no dijo dónde iríamos, pero me pondré algo casual. Me ducho, arreglo y dejo la ropa para lo último, es una falda negra, algo corta para mi gusto, pero Andrew insistía en que me quedaba bien, y arriba una blusa color blanco, tiene algunas transparencias, pero la chaqueta las tapará. Por último unas botinetas y me considero lista. Me observo en el espejo, estoy tan arreglada que no me conozco, jamás en mi vida me produje tanto para una simple salida y más con alguien que no sea mi esposo.

El ruido de la puerta de entrada me hace espabilar, Samuel ha llegado. Tomo mi bolso y abrigo, y bajo las escaleras, lo encuentro en el umbral de la sala con una botella de agua en la mano, me mira con su ceño fruncido, inspecciona toda mi vestimenta e inclina la cabeza con un gesto de confusión.

-¿Vas a salir? -pregunta confundido.

-Sí -afirmo-. Es cumpleaños de un compañero de la Universidad -miento.

«¿En qué momento me convertí en una mentirosa compulsiva?». Nunca le he mentido a nadie, menos a Samuel. «¿Cómo estoy haciendo algo como esto?».

-No me has dicho nada en la mañana -comenta y bebe del agua.

-Lo olvidé, perdón -contesto, asiente y vuelve a la cocina.

Decido seguirlo, ahora que lo pienso estoy olvidándome de Samuel, de nuestro matrimonio y todo por un encuentro con una persona que hace semanas conozco, donde no hay más que atracción sexual.

-No volveré tarde -aviso.

-Eso mismo dijiste el otro día, el que no has dormido aquí y me has dejado toda la madrugada preocupado -recalca.

Asiento, tiene razón, pero hoy no me quedaré dormida. Pretendo ponerle fin a esto de una buena vez, siento como todo se está saliendo de mis manos.

-Siento eso, no sucederá lo mismo hoy -prometo. Se gira y me observa sin expresión.

-Sé que eres varios años más joven y pretendes otras cosas de la vida, pero me sienta mal que tomes por costumbre salir todas las noches -responde cortante.

-¿Cuándo salgo? -inquiero molesta-. Nunca, Sam. Soy lo más hogareña que puedo, estoy contigo desde mis veinte años y... ¿Por salir dos veces en una semana soy una descarriada?

«Cállate, Liz, no tienes vergüenza», me dice mi inconsciente.

-No he dicho eso -interrumpe.

Iba a contestar algo, pero la bocina de un auto -el de Arsen-, nos interrumpe. Me acerco y dejo un rápido beso en su mejilla para después desaparecer de la cocina. En el trayecto a la puerta una presión por salir de aquí me invade, también la ansiedad de verlo, aunque lo haya visto hace poco menos de dos horas. Camino a prisa al auto e ingreso en él. Ni bien me acomodo, Arsen lo pone en marcha. Sin decir nada, conduce con una gran sonrisa en el rostro.

-¿Qué es tan gracioso? -inquiero, niega con la cabeza y su sonrisa se hace más ancha-. Dilo -ordeno.

-Tengo la misma sonrisa que tú al salir de la casa y venir a mi encuentro -responde y me da una mirada de reojo.

Inmediatamente mi rostro arde, no me había dado cuenta que sonreía. Paso saliva y desvío mis ojos a la ventanilla, qué vergüenza.

-Estás hermosa -suelta de repente.

-Gracias -respondo al cumplido.

El resto del viaje se pasa en charlas sin sentido, cosas banales y nada referido a nosotros. Salimos de Bedfordshire y estamos en la zona más alta de Londres.

-¿Conoces algún restaurante de aquí?
-pregunta cuando aparcamos en un callejón de la avenida.

-Sí, hay uno genial -respondo-, aunque no sé si es a lo que estás acostumbrado -agrego. Me mira de reojo con una sonrisa ladeada.

-Si supieses las cosas que acostumbro hacer -replica mientras recoge sus cosas del auto y nos preparamos para bajar.

Quedo callada, la conversación tomó otro rumbo y yo me lo busqué, sé por lo menos hasta dónde puedo llegar con Arsen.
Caminamos por la avenida, me cruzo de brazos ante las repetidas veces que Arsen quiso tomar mi mano, ya de por sí hacer esto está mal, dejar que tome mi mano sería una completa burla. Peor de lo que ya es. Arsen es muy persistente, por lo que pasa su brazo por mi cintura y me acerca a él. Y lo peor de todo esto, es que me encanta cómo me hace sentir
«Maldita sea, quisiese besarlo aquí mismo».

Lo llevo hasta un restaurante común y corriente, no de gente de clase alta, a donde seguro está acostumbrado a ir. Al llegar y abrirme la puerta, su rostro se muestra animado, sin rastros de molestia o desagrado por el sitio y nos acomodamos en una mesa sin necesidad de que nos acompañen, seguro vendrán a pedir nuestra orden. Me cruzo de brazos sobre la mesa y lo observo frente a mí, sonrío y él también en respuesta.

-¿Te gusta este restaurante? -pregunta amable, río mientras niego, es la verdad, solo quería traerlo a un lugar fuera de su status-. ¿Qué hacemos aquí entonces? -cuestiona y comienza a reír con más fuerza.

-No lo sé, quería que te sintieses mal -confieso, río con malicia y él estira su mano para acariciar mi rostro.

-Me encanta tu sonrisa -declara dejándome sería por su repentino comentario-. Me encantas, Liz.

-No tengo nada especial -explico y niega divertido.

-Por decir eso ya lo eres.

Se genera un choque de miradas, y por primera vez, no es incómodo, más bien hermoso y sereno.

-Vámonos de aquí -pido-, la comida es horrible -aclaro mientras tomo mi bolso y me pongo de pie.

Arsen continúa sentado de brazos cruzados sobre la mesa y ríe de mí ridículo acto.

-Como usted diga -dice al ponerse de pie.
Salimos nuevamente a la calle, busco aquel restaurante al que venía con Mitch pero me distraigo viendo a Arsen caminar a mi lado riendo.

-¿De qué te ríes? -inquiero.

Suelta una carcajada más fuerte y se detiene frente a mí, en medio de la acera, con toda la gente pasando a nuestro alrededor. Toma mi rostro entre sus manos y se acerca lentamente sin quitar sus ojos de los míos, terminando con un beso.

Es un beso suave, lento y sin prisa. Sus labios son demasiado suaves, al igual que las caricias de su lengua. Se aparta lentamente, y tras dejar un corto beso, toma mi mano y seguimos caminando. Miro el contacto de éstas y me parece estar soñando, esto es algo irreal.

Él, prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora