Capítulo 9

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“¿Hablamos de pasión?”

—Ponme al tanto —pide Pat y bebe de su café.

—No sé por dónde comenzar —confieso y también bebo de mi café.

Decidí reunirme a desayunar con Pat para hablar de lo sucedido anoche con Arsen. No pude dormir absolutamente nada. En más de una ocasión quedé observando a Samuel mientras dormía, pensando en la clase de persona que soy al engañarlo y, también contemplando cómo terminar con esto que yo misma comencé y fomenté.

—Comienza por decirme lo que sientes por este chico.

«¿Sentir?».

—No lo he contemplado hasta ahora, pero que me encanta, me encanta.

Tan solo verlo desde lejos ya siento las famosas mariposas en mi estómago, su sonrisa me deslumbra y ni hablar de esa cautivadora forma de ser...

—¿Eres consciente, de que además del engaño a tu esposo, lo peor que te puede pasar es enamorarte de un adolescente? —pregunta sería y preocupada.

Observo a Pat perpleja. Tal vez eso sí pasó por mi mente en algún momento, pero sería demasiado extraño. Aunque también cabe destacar que en los tres años que llevo siendo profesora, jamás me atrajo un estudiante, sí he visto jóvenes lindos, mas no que me deslumbren como Arsen.

—Esto es extraño, Pat. Cuando estoy con él no pienso en otra cosa, pero luego me siento culpable.

—Sólo piensa en esto —propone—: estás con Samuel y piensas en Arsen, pero cuando estás con Arsen no piensas en nada más, ni siquiera en Samuel, eso sería un verdadero problema. Huele a amor o en su defecto enamoramiento.

Ingreso al salón como cualquier otro día, doy la clase sin problemas. El hecho de que Arsen no esté en ella, ayuda demasiado. Me siento más tranquila y menos presionada y cohibida.

Escucho los argumentos y ejemplos de cada uno de los alumnos, realmente disfruto mucho mi trabajo, amo la literatura y todo lo que la rodea. Como en todas las clases tengo alumnos a los cuales les fascina tanto como a mí, y bueno, otros que no tanto.

La hora termina, tomo mis cosas y me dirijo a la sala de profesores, bebo un té, reviso mi teléfono y comento alguna que otra cosa con las personas que están en el lugar y al ver que mi hora de descanso se termina, me dirijo nuevamente al salón. Los pasillos están vacíos y sólo se oye el repiqueteo de mis botas en el piso.

—Hola.

Me llevo la mano al pecho del susto, me giro para encontrar a Arsen parado junto a mí, trae sus manos sujetas en la espalda y una brillante y amplia sonrisa en el rostro.

—¿Te gusta asustarme? —inquiero molesta a la vez que recupero la respiración.

—Me gusta hacerte muchas cosas y, asustarte está dentro de ellas —responde con picardía.

Por el pasillo pasan unas profesoras, una de ellas es Alice, la que se encarga de probar la mercancía escolar, por no decir que se acuesta con todos los alumnos. «Acabo de sentirme una hipócrita».

—Basta, Arsen —asevero.

—No entiendo —responde con confusión, como si realmente no comprendiera.

—Esto —Hago una pequeña seña entre nosotros—. Esto basta —termino y sin esperar respuesta, sigo mi camino a mi salón.

De reojo miro hacia atrás y efectivamente está siguiéndome. Me apresuro pero es en vano, sus piernas más largas me alcanzarán sin problema alguno.

—No huyas —pide en voz baja.

Niego con mi cabeza y apresuro el paso, al final del largo pasillo vuelven las mismas profesoras y me tranquilizo porque no podrá hacer nada, pero la tranquilidad no dura mucho.

Arsen me toma de la cintura y me mete en el armario de limpieza. Quiero gritarle algo por tal atrevimiento, pero solamente me limito a golpear su pecho con mi bolso. El muy descarado ríe en silencio y me sujeta las manos.

—No tienes una idea de lo muy excitado que estoy —susurra a medida que se acerca.

—No me toques —advierto en un susurro.

Pero también es en vano, ya que me besa igual. Y no voy a negarlo, le correspondo, relajo mis manos y las suelta, abraza mi cintura y yo su cuello, fundiéndonos en un intenso beso. Su aroma penetra mi nariz, su sabor invade mi boca y puedo confirmarlo, no hay criatura en este mundo que me haga sentir lo que él cuando me toca.

—¿Podemos vernos a la salida? —pide cuando nos separamos.

—No —respondo mientras recupero mi respiración.

Me observa serio y sorprendido. Se aleja y apoya en la pared del frente.

—¿Por qué? —inquiere y se cruza de brazos, su rostro se torna molesto.

—Yo...—titubeo—, sé lo que he estado haciendo, pero también sé que está mal —explico.

Me mira con su ceño fruncido como si estuviese hablando incoherencias. Comienzo a hacer señas extrañas con mis manos no sabiendo articular palabras, su atenta y curiosa mirada me resultan totalmente incómodas.

—No está mal, sólo te molesta la moral —afirma.

—Esa es una palabra muy grande para ti —contesto tajante.

Sonríe y vuelve a acercarse, sujeta mi cintura y su respiración hace cosquillas sobre mi boca, hasta que vuelve a besarme. Pero antes de dejarme llevar, lo aparto, se resiste pero ante mi determinación, cede.

—Sólo fue un error —aclaro.

«Qué gran mentirosa soy».

—¿Un «error»? —cuestiona extrañado.

—Sí, no puedo estar haciendo estas cosas —afirmo indignada, pero más que con la situación es conmigo misma.

—Resulta muy graciosa tu lucha interna —comenta y acomoda su cabello despreocupadamente.

Lo observo no creyendo lo que escucho.

—No me faltes al respeto —Le exijo pero vuelve a acercarse a la velocidad de la luz.

—Lo siento —responde cabizbajo—. Pero es la verdad, no sé porqué te niegas —cuestiona exasperado.

—Quiero que pares —pido encarecidamente.

—¿Quieres hacer de cuenta que nada pasó?, ¿es eso? —Se acerca amenazante hasta quedar a milímetros de mi rostro.

«¿Por qué me resulta tan irresistible? Con tan solo palabras y roces logra deshabilitarme».

—Sí —afirmo segura o por lo menos trato de verme así frente él.

—Por mí no te preocupes, haré de cuenta que nada pasó —dice, mete las manos en los bolsillos de sus jeans y observa el suelo.

—Lo siento —hablo avergonzada por mi bipolar comportamiento. Asiente y de su bolsillo trasero saca algo.

—Ten... —Me entrega una tarjeta, la tomo y observo.

«Su número».

—No tengo porqué tenerlo —aviso.

Vuelve a sonreír y niega divertido mientras mi rostro debe estar al rojo vivo.

«Sí, soy una hipócrita».

—Debo irme —declaro pasando por su lado—. El jueves quiero ver ese ensayo, Caristeas —pido tan ridículamente que doy pena.

—Verás más de mí que un ensayo antes de jueves, Liz.

Él, prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora