“¿De qué eres capaz?
Esa pregunta es la que desató el fuego sobre mí, pero volvería a hacerlo, volvería a abrir las puertas del infierno por él”.Abro mis ojos con el ruido del camión de basura, suelen aventar los contenedores como si fuese de tarde, cuando apenas son las siete de la mañana. Me estiro un poco, tengo dolor de cabeza, no mucho pero molesta. Toco a mi lado, está vacío y frío. Tomo asiento y es ahí cuando recuerdo todo lo sucedido. Mi mente se recarga de toda la información y vuelvo a tener ese sentimiento de descontrol y sobre todo, miedo.
Tras arreglarme y bajar, encuentro a Samuel en la cocina con el desayuno preparado, tiene su traje puesto para salir al trabajo y me sorprende que no se haya ido aún.
-Buenos días -saludo mientras tomo asiento.
-Buenos días -responde risueño-, ¿te sientes mejor?
-Sí -contesto mientras lo observo servir el té y dejar pan tostado y jalea sobre la mesa.
-No quiero ir al trabajo, prefiero quedarme contigo -propone y me mira pidiendo aprobación.
Trago con malestar y mis ojos se llenan de lágrimas, las cuales no dejo caer pero se siente el doble de doloroso. «¿Debería esperar a decírselo?».
-Estoy mejor -aviso y hago un encogimiento de hombros.
Por más que haya repasado este procedimiento veinte veces, no es tan fácil como lo imaginaba, todo duele, mi casa, las cosas que viví en ella...
Samuel.
Lo observo y vuelven a mí miles de recuerdos, es un gran hombre, creí que iba a pasar el resto de mi vida con él, nunca dudé del amor que sentía por él, pero no por eso voy a seguir con esto que no me hace feliz, quiero ser libre, libre para poder estar con Arsen.
Respiro hondo y fuerte tragando la angustia y ganas de llorar. Quisiese poder contar con más tiempo, como tenía previsto, pero el despido, embarazo y que Arsen esté en problemas: me presionan para que tome la decisión.
-Sam... -anuncio.
Levanta su mirada de la taza y espera que hable, su expresión de ignorancia respecto a lo que voy a hablar a continuación, me revuelve el estómago, ni siquiera se lo ve venir.
-Dime.
Miro mis manos, no quiero verlo a los ojos. Tengo miedo. «Dios, ¿quién soy?».
-¿Qué sucede? -pregunta curioso y hasta preocupado.
-Me despidieron de la universidad, no podré ejercer más ahí, y probablemente no pueda hacerlo más en Londres y alrededores -exolico todo rápido y su boca forma una perfecta "O".
-¿Por qué? ¿Qué sucedió? -Se quita las gafas y restriega sus ojos sorprendido.
Siento que puedo desmayarme en cualquier momento, ni siquiera sé cómo abordar el tema, comenzar o soltar la bomba.
-Hay... hay algo de lo que quiero hablarte, es algo que me viene sucediendo hace algún tiempo.
Se acomoda sobre el respaldo, cruzado de brazos y con su ceño fruncido, señal de que hay algo que no le gusta, algo que ha descubierto y está en lo cierto al ponerse así.
-Habla, te escucho.
«¿Qué estoy haciendo? ¿Estoy equivocándome?». Pienso rápido, me humedezco los labios y decido continuar. Estoy haciendo lo correcto, no quiero mentirle y engañarlo, no merece eso, no quiero hacerle eso.
-Conocí a otra persona -confieso en un atropello-, tengo a alguien más y es un alumno, por eso me despidieron -Suelto todo tan rápido que temo no haya comprendido.
No quisiera volver a explicárselo.
No tengo tiempo de ver la expresión de su rostro porque me sobresalto cuando de un sólo movimiento se pone de pie y avienta todo a su paso. Las cosas que estaban sobre la mesa comienzan a volar por el aire y apenas alcanzo a cubrir mi rostro adoptando una posición fetal, aún sobre mi silla.
-¡PERRA!
Por entremedio de mis dedos logro ver lo que está haciendo, da golpes a todo lo que puede e insulta de manera irreconocible.
-¡¡¡Eres una maldita zorra!!!
-Lo siento... -musito.
Me quito las manos del rostro para verlo parado frente a mí, le sangran los nudillos, su cabello está revuelto y su respiración agitada.
-¿Cómo pudiste hacerme esto? -Su voz se oye cargada de enojo.
-Lo siento, en serio lo siento, Sam -Me lamento y comienzo a llorar, está tan cerca que tengo miedo.
En respuesta recibo la peor bofetada que me han dado en mi vida y creo que la única. Puedo decir que duele, pero más duele el hecho de que Sam me haya golpeado. Hubiese esperado cualquier cosa menos esto. Toco el lugar y cada segundo que pasa duele y arde más, el sabor metálico en mi boca me avisa que probablemente me corté. Vuelvo a mirarlo con temor, comienzo a temblar y cubrirme, su rostro desprende ira y cuando veo que levanta su mano otra vez, me cubro. Pero esta vez me sujeta del cabello para que lo mire a los ojos.
-¡Eres un zorra! -espeta y sacude mi cabeza tirando de mi cabello, haciendo llorar de dolor.
-¡No me golpees! Por favor. Estoy embarazada... -confieso entre mi congoja y se detiene.
Su expresión se torna seria y de sorpresa, me suelta de golpe y se aleja, se lleva las manos a la cabeza mientras niega lentamente comprendiendo lo que acabo de decirle.
-Lo siento, lo siento, lo siento -repite una y otra vez-. ¡Yo te amo! ¿Cómo pudiste hacerme algo así? -reclama.
Bajo mi cabeza avergonzada y adolorida, comienza a latir mi mejilla y la migraña comienza a incrementarse. Él se apoya en la mesada, dándome la espalda y mirado hacia afuera.
-No quería y sucedió, lo siento, esto es nuevo... en serio lo siento.
-¿Es de él? -pregunta y es más que obvio que de la paternidad de mi bebé.
-Sí.
-Con un niñato, ¡me engañaste con un niñato! -exclama y comienza a insultar de nuevo.
Golpea sus palmas en la mesada y gruñe, cuando se gira para mirarme pienso que va a golpearme otra vez, pero se restriega los ojos y suelta un sollozo.
Eso me lastima más que el golpe que acaba de darme, quisiese levantarme y abrazarlo, pero no quiero ser una hipócrita, y tampoco que se ponga violento otra vez.
-Sé que no merezco perdón, pero realmente lo siento.
-Quiero que te largues de mi casa -ordena, asiento en silencio y con la vista en mis pies, es lo que esperaba-. Cuando vuelva a la noche no quiero verte por aquí, tampoco a ninguna de tus mierdas, te quiero fuera y espero no verte nunca más en la puta vida.
Dicho esto sale de la cocina y seguido escucho cerrarse la puerta de entrada, cuando observo todo a mi alrededor, no puedo evitar sentir culpa, mucha culpa. Me siento sola, pero no puedo pedirle a Arsen que venga, no con el rostro como debo tenerlo. Mitchell sería capaz de prender fuego la casa, así que tomo mi teléfono del suelo -que se ha salvado-, y tras contarle a Pat en resumidas palabras lo sucedido, busco hielo para la inflamación y espero sentada en el sofá. Ahora que me he calmado y repaso todo, no puedo creer que esto haya pasado, mi vida se destruyó por completo.
Unos golpes en la puerta me sacan de mis pensamientos, dejo la compresa en la mesa y camino hasta ésta, me resulta extraño que Pat haya llegado tan rápido o peor, que sea Arsen y me vea en estas condiciones.
Abro y frente a mí se encuentra un hombre, es alto y grande, y puedo jurar que es completamente parecido a Arsen, pero sus ojos son negros. Viste un pantalón y camisa negros, y no debe tener más de cuarenta y tantos años.
-Hola -saludo y sólo me recorre con la mirada de arriba a abajo de manera despectiva.
-Buenos días -Definitivamente no es inglés-, ¿es usted Lizbeth O'Donnell? -Asiento sin contestar.
Extiende su mano para estrecharla con la mía y accedo a saludarlo.
-Mi nombre es Dorián, Dorián Caristeas, padre de Arsen.
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Él, prohibido
Romansa"Mi vida era normal, quizás un poco monótona y aburrida. Hasta que aquél griego de tan solo 19 años de edad, hizo temblar el suelo bajo mis pies. Sus ojos de aquel color jade me hipnotizaron y sus palabras me cautivaron. Jamás pensé que podía enamo...