Conexión

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—Esto no se ha acabado aquí—miró a los dos hombres que le acompañaban—. Vámonos.

Los tres se marcharon sin intercambiar palabras con nosotros, solo miradas disgustadas.

—Eso estuvo cerca—dejó escapar mi papá.

—¿A dónde irás? —le cuestionó Louis a Ansel.

—Eso no importa—me miró de reojo nuevamente y bajó la cabeza, antes de perderse en el camino contrario al que vinimos.

—Y bien, ¿qué haremos nosotros? —cuestionó mi padre.

—Por lo pronto regresar a la mansión para que descansen— respondió Louis.

—Espera, quiero hablar contigo— le agarré el brazo a mi papá—. Quiero que me digas la razón por la cual mencionaste el nombre de Jana y por qué me estabas mirando extraño.

Su semblante pasó de neutral a nervioso.

—Pensé que nadie mejor que tú lo sabría.

—¿A qué te refieres?

—¿Nunca la has visto?

—¿A quién?

—A ella.

—Dos veces; en una fotografía y en un sueño.

—¿Alguna vez intentó comunicarse contigo?

—No. ¿Por qué habría de hacerlo?

—¿Por qué eres incapaz de verla y comunicarte con ella? ¿No te has preguntado eso nunca?

—Explícate.

—A Jana tuve el placer de conocerla hace muchísimos años atrás, mucho antes de que nacieras. Tuve el gusto de servir a su gente.

—¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando?

Hablar de esa mujer me incómoda demasiado.

—Presiento que alguien ha sellado tus recuerdos y tus poderes. En algún momento tuviste que haberte comunicado con ella.

—¿Y es posible comunicarme con alguien muerto?

—Para nosotros todo es posible. Hay mucho de ella en ti, pero no físicamente, hablo de aquí—me señaló el pecho—. En algún lugar, por alguna razón, ella habita en ti, pero ¿por qué? No lo sé. Detrás de ti puedo ver dos sombras. Una muy oscura como la noche y otra que poco a poco se está esfumando y perdiendo poder.

—Úrsula… —dejé escapar.

—¿Hay alguna forma de sellar el alma de esa mujer en otro recipiente, señor? — indagó Louis—. Usted sabe perfectamente lo que podría ocurrir si no se hace algo a tiempo. Esa mujer puede tomar posesión del cuerpo de su hija.

—Yo no puedo hacerlo— negó con la cabeza.

—¿Por qué? Usted sabe de esto más que nosotros.

—No hay manera de sellar su alma en ningún recipiente, no, mientras dos almas sean las que habiten en su cuerpo.

—¿Cómo que dos almas? — pregunté.

—La muerte es la única solución; la única manera de cerrar esa única puerta que los conecta al mundo de los vivos.

¿La muerte? ¿Mi muerte?

—¿Está queriendo decir que no podemos hacer nada? ¿Que debemos quedarnos de brazos cruzados?

—Ahora lo entiendo— solté.

Ambos me miraron.

—Por eso ella tuvo miedo ese día.

—¿De qué estás hablando, bella?

—Úrsula tuvo miedo de que terminara con mi vida, pues estaba quitándole la única posibilidad de regresar a la vida. Ella quería que encontrara su diario y a alguien para poseer. Luego de ese día ella no me ha hablado.

—Eso no me da buena espina.

Mi mente se transportó a esa ocasión en que Azazel se aprovechó de mí. Recuerdo vagamente lo que allí sucedió, el intercambio de palabras que tuvimos, sobre todo, esa fuerza y electricidad que corrió por mis venas como ácido corrosivo.

«Sin poderes no eres nadie».

Alguien más había tomado el control de mi cuerpo y estaba segura de que no era Úrsula. Ese diario era su “salvación”, así ella le llamaba. Ella no pudo alcanzarlo en aquel momento que tanto lo necesitó.

Mi cuerpo siempre fue débil y flojo. Todavía recuerdo la confusión, el miedo que carcomía cada partícula de mi ser, al sentirme tan inútil, impotente, frustrada, débil, e incapaz.

Entonces, ¿quién fue?

Redención (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora