No duele

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No sé en qué momento me quedé dormida en el suelo. Cuando desperté, esa mariposa todavía estaba ahí conmigo, justo en la palma de mi mano. 

—¿Todavía estás aquí? Gracias por no dejarme sola. 

Voló hacia la puerta y se mantuvo quieta. ¿Acaso está dándome espacio para que pueda bañarme? Traje la toalla del armario conmigo y entré a la ducha, quitándome la ropa dentro. El agua caliente aliviaba mis malestares y dolores musculares, excepto mis penas y la soledad. 

Enrollé la toalla alrededor de mi cuerpo y salí de la bañera. Observaba la mariposa a través del espejo mientras terminaba de asearme, aún permanecía en el mismo sitio. Al menos hasta que me acerqué hacia ella, pues salió volando, como si quisiera seguirme a algún lado.

Necesito ropa. No puedo ni quiero seguir usando la sudadera de Ansel. Por más agradecida que esté con él, ahora mismo estoy dolida.

Salí a la habitación y oí un leve toque en la puerta, por lo cual me asomé, ocultando mi cuerpo detrás de ella. Louis llevaba varias prendas de ropa para mí colgando de su antebrazo y unas sandalias negras con tirantes. La mariposa fue hacia su hombro y él llevó su dedo índice a sus labios para que no dijera nada, esbozando una tierna y amable sonrisa.

—Espero te sirvan.  

—¿Son de Jana? 

Me miró con expresión curiosa y ladeando un poco la cabeza. 

—No. Salí a comprarlas para ti. Me hubiera gustado llevarte para que fueras tú quien eligieras algo, pero dado el caso que no tienes nada que ponerte, decidí traerte unos pocos alante.  

—¿No irás al instituto? 

—No. Hice los arreglos pertinentes para faltar. Hoy lo tomaré libre para llevarte con tu padre. 

—Gracias. 

—¿Cómo te sientes hoy?

—Nerviosa. 

—¿Por tu padre? Sé que le hará mucha ilusión verte. 

—¿Eso crees?

—Sí. Todo saldrá bien — frotó mi cabeza y sonrió—. Te esperaré aquí fuera mientras te cambias. 

Entre los cuatro vestidos que trajo, el que elegí era blanco, sencillo y de largo me quedaba un poco más abajo de la rodilla. Era recatado, bonito, cómodo y las mangas caían a mitad de hombros. Las sandalias también eran cómodas. Aunque no eran exactamente mi talla, los tirantes sirvieron para que pudiera sentirme cómoda con ellas. Dejé mi cabello suelto, ya que no tenía con qué amarrarlo.  

Con quién menos deseaba cruzarme a la salida de mi habitación era con Ansel, pero se encontraba hablando con Louis. Ambos se voltearon a verme, mientras que Ansel hizo silencio, haciendo una expresión neutral, Louis sonrió, aplaudiendo dos veces seguidas. 

—Te ves muy linda. El blanco te queda precioso. Tenía temor de que ninguno te sirviera. 

—Los cuatro están hermosos, pero este me gustó más. Gracias por haberlos elegido para mí. Es lo más cómodo que he vestido desde que estoy aquí— miré a Ansel y desvió la mirada hacia el otro lado. 

—He preparado tu desayuno. Espero que no esté tan malo. 

A pesar de que ninguno de los dos comieron, ambos se quedaron sentados en la mesa conmigo viéndome comer. Aunque Louis dijo eso, el desayuno en sí estaba exquisito. Se siente tan cálido este ambiente y que tengan estas atenciones conmigo que ni siquiera de mi madre recibí. Qué irónico...

Luego del desayuno, fuimos directamente a su auto. Según él, este auto solo lo utiliza cuando viaja a la ciudad. En esta ocasión, quiso usarlo para que no tuviéramos que caminar tanto. No sé cómo no se pierde si todo lo que hay a nuestro alrededor son gigantescos y frondosos árboles. 

Honestamente, el camino para mí fue larguísimo y el silencio era sumamente incómodo. Solo estuve mirando por la ventana y de vez en cuando observaba de reojo a Louis mientras manejaba. 

—Hemos llegado. 

—¿Aquí es donde vive mi padre? 

Salí del auto, viendo los alrededores. De los árboles colgaban cruces hechas en madera. La entrada de la cueva tenía varias cosas escritas y dibujos que no podía interpretar. Era bien estrecha, tan estrecha que mi claustrofobia no me permitiría cruzar por ahí. Eso sí, había como una luz, tal vez una fogata al fondo. Hace mucho frío aquí fuera. 

—¿Estás seguro de que es aquí? — cuestionó Ansel. 

—Sí. Debe estar ahí dentro. ¡¿Sr. Robles?! — le llamó Louis, acercándose a la entrada. 

—No pensarás entrar ahí, ¿verdad? Puede ser peligroso— le dije.

—¡¿Quiénes son ustedes?! — oí una voz gruesa y molesta al otro lado y ambos miramos al rostro que se asomó. 

Era él. Definitivamente era mi papá. Aunque luce bastante mayor, demacrado y sucio. Tenía manchas negras en la mitad del rostro. Se parecen tanto a las que tuve ayer en mi brazo y que, por alguna razón, hoy desaparecieron. 

—Mi nombre es Louis Ludwing, él es mi sobrino Ansel y ella… — Louis puso sus dos brazos en mis hombros, acercándome a la entrada para que pudiera verme mejor—. ¿No la reconoce, señor? Ella es Stacy, su hija.

Me observó de arriba abajo, para luego volver a mirar a Louis. Sentía mis piernas temblando, tanto como mis manos. Mi corazón estaba alterado, casi a punto de sufrir un infarto. ¿Qué hago? ¿Qué le digo?

—P-papá… 

—Yo no tengo hija— dijo cortante.

—Por supuesto que sí la tiene… — dijo Louis. 

Mi corazón se estrujó de la misma manera que un papel lo haría. ¿Qué estaba esperando? ¿Una explicación? ¿Un abrazo? ¿Un “te amo”? ¿Un “te estaba esperando”? 

Presioné mis labios, al borde de quebrarme ahí mismo, pero intenté soportarlo, tal vez porque mi orgullo no me permitía que volviera a mostrarme tan vulnerable y dolida frente a alguien. 

¿Por qué a estas alturas algo como esto me sorprende? ¿Acaso no ha sido suficiente? ¿Acaso no he aprendido la lección con todas las veces que he sido tratada así? ¿Por qué me duele tanto? Esto es lo que siempre he recibido de todos, debo estar acostumbrada, ¿no? 

—Él tiene razón— interrumpí a Louis—. Lamentamos mucho la molestia, señor. Nos hemos equivocado de persona. No tiene que preocuparse por nada, de igual manera, ya nos íbamos. 

Me di la espalda, caminando rápidamente hacia el auto y subiéndome al asiento del copiloto. Tensé la mandíbula, cerré los ojos y respiré hondo. 

—No duele, por supuesto que no duele— me repetí a mí misma, en el intento de creérmelo, a pesar de que mis lágrimas no tardaron en hacerse presentes y la opresión en el pecho me hacía difícil el poder respirar. 

Redención (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora