ESPECIAL (CAPÍTULO CUARENTA)

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—Eres una diosa.

Sus ojos brillaron aún más, despertando esas ansias de hacerla mía. 

Con suavidad, acaricié su rostro, deslizando mis dedos por su mejilla y descendiendo lentamente por su cuello. Ella cerró los ojos, entregándose a mis caricias mientras mi mano encontraba su suave piel. 

El ambiente se llenó de un silencio cargado de deseo y complicidad. Nos miramos con una mezcla de pasión y ternura, sabiendo que estábamos a punto de dar un paso más allá. 

Mis manos viajaron con delicadeza por su espalda, sintiendo cada curva y contorno de su cuerpo. El tacto de su piel desnuda bajo mis dedos era como una sinfonía de sensaciones, despertando emociones que nunca antes había experimentado. 

Lentamente, abrí paso al mismísimo paraíso en la tierra, fui explorando cada centímetro de su ser, como si quisiera descubrir todos los secretos que guardaba su cuerpo. Mis labios trazaron un camino de besos por su cuello, deslizándome hacia sus hombros, mientras nuestras respiraciones se entrelazaban en un ritmo frenético.

Sus brazos enlazados a mi cuello y su cuerpo recargado sobre el mío, me daban la libertad y comodidad de mover mis caderas en mi afán de no despegarme de ella y entregarme por completo. 

Sus perfectos pechos agitándose me incitaban a saborear su divina esencia. El sabor de su piel era una sinfonía de notas sutiles y embriagadoras. Cada succión dejaba un rastro de dulzura en mis labios, como si estuviera saboreando la esencia misma del amor. Era como si el néctar de las flores más exquisitas se hubiera impregnado en toda su piel, regalándome un deleite celestial.

Cada atención con mi boca, provocaba un cosquilleo en mi paladar, como una delicada pincelada de miel que se deslizaba sobre mi lengua. El sabor de su piel era suave y seductor, como una fruta madura que se deshace en mi boca, liberando un aroma embriagador. Era una delicia que me envolvía por completo y me hacía perder la noción del tiempo y el espacio. 

Las sensaciones se multiplicaban, llevándonos a un éxtasis compartido, donde nuestras respiraciones entrelazadas y los latidos acelerados de nuestros corazones se fusionaban en una melodía única.

El tiempo parecía detenerse mientras nos sumergíamos en la intensidad de aquel momento. No había lugar para la prisa ni para el mundo exterior, solo existíamos nosotros dos, compartiendo un amor que trascendía las palabras.

El calor y la humedad de nuestros cuerpos se fusionaron en una sinfonía de sensaciones. El suave roce de nuestros cuerpos desnudos desató una tormenta de emociones intensas. Nuestros gemidos y susurros se perdieron en la atmósfera cargada de erotismo.

Los besos fueron el punto de inflexión que avivaba aún más nuestra pasión desenfrenada. Nuestros labios se encontraron en un ballet de deseo y nuestras lenguas danzaron con un ritmo enloquecedor. Cada roce, cada mordisco suave, solo aumentaba el fuego ardiente que ardía en nuestro interior.

Cada movimiento rítmico y repetitivo era un acto de entrega, de amor y deleite. Cada instante era un destello de pasión y lujuria acumulada y desenfrenada, una explosión de sentimientos que nos envolvía por completo. Por eso, como acto de entrega y prueba de mi amor, me permití navegar en sus aguas y fundirme en lo más profundo de ellas, mezclando nuestros fluidos de amor y convirtiéndolos en uno solo. 

Nuestros cuerpos temblaron juntos, mientras nuestros corazones latían al unísono. Nos aferramos el uno al otro, como si el mundo entero desapareciera a nuestro alrededor. En ese momento de plenitud, nos fundimos en un abrazo apretado, sintiendo la ardiente necesidad de nuestro contacto.  

Nos quedamos allí, inmersos en la pasión y la calma, sabiendo que habíamos compartido un momento único y profundo. En silencio, nuestros labios se buscaron de nuevo, sellando nuestra conexión con un beso intenso, que solo avivó aún más las ganas de continuar. 

Redención (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora