Tristeza

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Abrí los ojos lentamente, como la claridad de la habitación me lo permitía. Mi cuerpo se sentía distinto, liviano, aunque los dolores que experimentaba antes en mis pechos no estaban presentes. De hecho, mis pechos no se veían siquiera inflamados. Sentía un enorme vacío en el estómago. La cesárea ya no dolía tampoco, ni tenía la marca, es como si todo hubiera desaparecido. Mi latidos estaban desbocados, pese a sentir mi cuerpo muy calmado y en baja. Mi piel se ve tan pálida y mis uñas se han alargado, aunque conservan su aspecto natural. 

Todo se ve más luminoso. Cada detalle en la habitación podía verlo claramente. Mis oídos podían captar cada sonido, por más minucioso que fuese. Desde los insectos a las afueras de la ventana, hasta sus latidos desmedidos. 

A mi lado y en el borde de la cama estaba Louis, observándome en completo silencio y con su mano en mi muslo. Su fragancia era exquisita y tentadora. No podía dejar de ver esos labios tan sensuales y esos pectorales al desnudo, que me invitaban a pecar. 

—Bienvenida, preciosa. 

Su piel se ve tan sabrosa y el olor que desprende es embriagante.

—Tengo sed. 

—Lo sé. Sé perfectamente lo que está pasando por esa cabecita, pero mi sangre no te va a saciar, pequeña— sonrió, enseñando sus colmillos. 

—Pero sí tu cuerpo—me senté en su regazo, quedando cara a cara a él—. ¿Por qué tienes que ser tan irresistible? —chillé al sentir la presión de mis colmillos al reventar de mi encía e hincarme en el labio. 

—No te esfuerces demasiado— sus manos se aferraron a mi cintura para sostenerme—. Todavía debes acostumbrarte o te vas a lastimar a ti misma. Eso ocurrirá cada vez que te veas tentada, pero debes aprender a controlarlo y más ahora que estamos en la ciudad. Estarás muy sensible a cada olor. 

—Ya veo. 

—Estoy seguro que muy pronto recibiremos una “no muy agradable” visita. 

—¿Tu hermana?

Asintió.

—Hay una pregunta que quisiera hacerte. ¿Puedo?

—Claro, dime. 

No sé cómo iba a tomar mi pregunta, pero honestamente, debía hacerla. 

—¿Por qué Ansel no hizo lo mismo con Jana? ¿Por qué no la convirtió? 

Era una duda que invadía mi mente. 

—Solamente nosotros, los vampiros de sangre pura, tenemos el privilegio, si es que puedo llamarle de ese modo, de convertir a un humano en vampiro. En la familia Ludwing, los únicos que tenemos ese privilegio son mi hermana, mi padre y abuelos. 

—¿Y qué hay de tu padre? Nunca me has hablado de él. 

—Él tiene su vida con su… familia. En ese núcleo dejé de existir hace mucho tiempo, pero no hablemos de temas desagradables, ¿sí, bella?

Asentí.

—Te necesito, bebé— justo cuando iba a darle un beso, oí el llanto de Azai en la otra habitación. 

Ambos nos pusimos de pie, yendo directamente a la habitación. Nos encontramos con Ansel justo cuando estaba entrando y todo lo que vino a mi mente fue la conversación que tuve con Jana. Ambos se despertaron al mismo tiempo, por eso Louis me dejó sola para ir a la cocina por el biberón. ¿Debería aprovechar la oportunidad y decirle? Creo que él merece saberlo. 

—Bienvenida a la familia. 

—Ansel… 

Me repasó de arriba abajo rápidamente y luego desvió la mirada hacia la cuna para tomar en los brazos a Azai. 

—Hay algo que debo contarte de Jana. 

—¿Jana? — me miró confundido, arqueando una ceja, como si estuviera buscando en su mente ese nombre—. ¿Quién es Jana? 

Las palabras de ella se cruzaron por mi mente y fue cuando pude comprenderlo. «“Mi recuerdo se esfumará con el viento y junto a ello, encontrará el camino correcto”». Ella sabía que el único modo de que él pudiera superar lo que pasó, fue borrando sus recuerdos. 

No sé por qué ese hecho me hizo estremecer el corazón y me causó una profunda tristeza. Tal vez porque nunca sabrá que ese bebé que está cargando en los brazos, es el hijo que estuvo a punto de tener con su gran amor en la otra vida. 

Redención (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora