Ojo por ojo...

797 95 3
                                    

Esto es obra de esas malditas. Al parecer no nos darán ni un minuto de descanso.

Jamás había visto un lobo real, pero tengo entendido que suelen atacar en pareja o en manadas y este está solo. Pensé que los lobos solo eran vistos en los bosques, pues su hábitat, más no en la ciudad. ¿Será un familiar de alguien? ¿Tal vez de esa vieja o de la misma Úrsula?

—¿Qué buscas, animal del mal? —mi padre lo enfrentó, pero toda su atención estaba sobre mí.

—Nosotros no seremos controlados por la bruja— respondió, era la voz de una mujer, aunque sonaba muy molesta.

—¿Quién te ha enviado?

—Ha sido ella quien nos ha traído aquí— me observó detenidamente.

¿“Nos ha traído aquí”? Entonces, ¿hay más ahí fuera? Pero por la ventana no veo a nadie. ¿Estará mintiendo?

—¿Cómo los ha traído?

—No pienso permitir que los míos sufran las consecuencias de que ella nos controle.

No sé de qué mierdas está hablando. ¿En qué momento “los” he querido controlar?

—Mi hija no es una amenaza para ustedes.

—No tomaré el riesgo.

Su salto fue detenido por la mano de Ansel al momento en que lo agarró por el cuello.

—Detesto el olor a mierda que desprendes—sus ojos se habían tornado de un rojo carmesí intenso, el mismo que he visto en pocas ocasiones, mientras que su cabello negro se había alargado más de lo habitual, cayendo un poco más arriba de su espalda baja.

La arrojó con fuerza hacia la ventana, pero esta se aferró con sus garras al borde, evitando caer fuera de la casa y regresando al mismo lugar.

Sus miradas altamente amenazantes se encontraron. Ese aura oscuro y potente que emanaba de ella era intimidante.

—¡No, no la maten! —mi padre intervino entre ellos.

—Papá, ¡no intervengas!

Ansel empujó a mi padre a un lado al ver que ella iba al ataque de nuevo. Debido a ese segundo de descuido, ella cayó sobre Ansel y él le puso el antebrazo en el cuello, ya que esta buscaba a toda costa morderlo en el rostro. Su fuerza era una bestialidad.

Intenté ir a socorrer a Ansel, pues ella no se rendía y cada vez estaba más cerca de lograr su cometido. Mi padre me detuvo, sujetándome con fuerza y evitando que pudiera ayudarlo.

—¿Qué haces? ¡Suéltame! ¿No ves que Ansel está en peligro?

—¡No podemos lastimarla, mucho menos matarla! Ella no es el enemigo, la naturaleza y los animales son parte de nosotros, son nuestros amigos y aliados!

—Sí, ya veo, ella piensa exactamente lo mismo… —miré hacia ella—. ¡Tu objetivo soy yo, entonces a él déjalo en paz! —le grité, mientras mi padre persistía con su fuerte agarre—. ¡Déjalo ir!

Su atención estaba sobre Ansel en estos momentos. Ni siquiera mis palabras la alcanzaron.

—¡Qué me sueltes, papá!

Logré zafarme de su agarre, mismo instante que usé para aproximarme a ella y pegarle una patada en el vientre, pues fue en la única parte que tuve oportunidad de darle. Soltó un fuerte aullido. Ansel usó ese punto de debilidad y la sacó de encima, poniéndose de pie y adoptando una posición de defensa.

—Entre nosotros no debe existir motivo de pelearnos, por favor — dijo mi padre.

Sus ojos rojos estaban puestos en nosotros; en Ansel y en mí. Sus colmillos volvieron a asomarse. Supe inmediatamente que volvería al ataque y que no se detendría hasta que alguno de nosotros resultara herido.

—Ven, perrita apestosa— Ansel se puso en medio de mí, haciendo que retrocediera con él.

—¡No la provoques!

Aulló tan fuerte que mis tímpanos casi explotan. Volvió a saltar, pero esta vez con las garras en el aire, donde Ansel prefirió saltar al mismo tiempo para frustrar su intento y golpearla con fuerza contra la cerámica de las losetas del suelo. 

En ese instante que ellos estaban batallando a muerte y yo buscaba alrededor algo que pudiera usar en nuestra defensa, alcancé a ver cómo otro lobo gigantesco de pelaje grisáceo saltó por la ventana, llevándose a mi padre en el acto rumbo al suelo por el cuello. Su hocico era tan grande que cubría de un extremo al otro de su pequeño y frágil cuello.

—¡Papá!

Agitó la cabeza de un lado a otro con salvajismo y agresividad, enterrando sus colmillos con violencia e ímpetu en su cuello, sin darle siquiera oportunidad a reaccionar o defenderse.

Mi cuerpo se paralizó por completo, observando con detalle cómo la cabeza de mi padre se desprendió de su cuerpo, luego de que este lo hubiera atacado sin compasión alguna. 

Algo dentro de mí se sacudió con fuerza, provocando que ni respirar adecuadamente pudiera. Los recuerdos se convirtieron en dagas que arrasaban con todo a su paso, matándome lentamente por dentro y sumergiendo mi alma en un manantial de aguas oscuras, como todo lo que había a mi alrededor.

Mi piel se oscureció, mis uñas crecieron a la misma velocidad que los cuernos de mi frente, pero el dolor que experimentaba en mi cuerpo, en mis extremidades y en mi piel, no se compara jamás y nunca al ver el cuerpo de mi padre inerte a unos pocos pasos de mí.

Era como tener ácido corriendo por mis venas. Un ácido que corroía con rapidez mis adentros, mi alma, mi mente, alimentando más mi odio y furia. 

La oscuridad se esparció ligeramente por el suelo, cubriendo las paredes y provocando que un humo negro emanara de ella. Los espejos no pudieron soportar lo que en el se reflejaba. Me había convertido en un monstruo, que ni yo misma tolerar de ver.

Tenía las miradas de los tres encima. Las orejas de ellos dos se aplanaron contra la cabeza e introdujeron la cola gruesa y peluda entre las patas, como si fueran dos lobos sumisos. Gimotearon a la par, retrocediendo a pasos lentos hacia la esquina.

—Ojo por ojo, cabeza por cabeza—ni siquiera mi voz era la misma. Era mucho más ronca y aguda.

Mi cuerpo levitaba. En mi cabeza, solo podía ver sus cuerpos decapitados bajo un enorme charco de sangre. Eso era justo lo que aclamaba mi alma; ver la sangre de ellos dos correr a mis pies y embadurnarme de ella.

Redención (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora