Mi salvador

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Mi madre cayó de rodillas, ahogándose con sus propios fluidos y tosiendo incontables veces, pero mi atención estaba centrada en él. Aunque no respondió mi pregunta, extendió su mano hacia mí, esperando a que la tomara. 

—Hija— era la primera vez que me llamaba de tal manera—. A-ayúdame, p-por favor. 

Esperé muchos años para tener así fuera un poco de su atención. Me esforcé tanto en ser una buena hija, en estar ahí para ella, amarla, respetarla sobre todas las cosas, a pesar de recibir a cambio golpes. Pero por fin lo comprendí. Por más que me esfuerce y trate de hacer las cosas bien, nada jamás cambiará, porque eso no solo depende de mí. 

—No—respondí firme—. Llámalos a ellos. 

Fui hacia él, tomando su mano como el único escape a la realidad; a esta amarga y cruel realidad en la que he vivido por tantos años. 

Mi cuerpo se vio levantado por él y no tuve de otra que sujetarme de su cuello. La ventana explotó en miles de pedazos y hundí mi cabeza en su pecho. Su aroma es muy embriagante y agradable. Incluso su frialdad lo es. 

Mi madre todavía no se reponía de lo ocurrido, pero seguía llamándome. Aun así, él no se detuvo. Saltó por la ventana conmigo en los brazos, cargándome como si fuera una princesa. Sentía que en cualquier momento me quedaría sin la toalla. Su agarre era bastante fuerte, algo que me brindaba seguridad, pese a la situación actual. 

Quisiera ver su rostro, preguntarle muchas cosas, pero por ahora me conformo con estar aquí; lejos de ese lugar que tan malos recuerdos me trae y en sus brazos. 

Permanecí con los ojos cerrados, mi rostro hundido en su pecho, sintiendo la fresca brisa y sus movimientos rápidos y bruscos mientras corría y saltaba. No sabía a dónde me llevaba, pero cualquier lugar era mejor que mi casa. 

A medida que avanzaba, el frío se hacía más fuerte y me dolían los huesos. Una de sus manos dejaron de sujetarme y sentí en instantes el sonido inconfundible de sus garras al trepar la pared. Abrí los ojos para saber dónde estábamos. Reconocí la estructura, el lugar, era la mansión Winchester. Siempre le he tenido miedo a las alturas, pero en esta ocasión, su agarre no permitía que sintiera temor alguno. 

Dentro de todo, lo que no podía explicarme era el hecho de que estuviera trepando la pared para llegar a una de las ventanas del último piso. ¿Por qué no entró por la entrada principal? 

La ventana se abrió sola y me depositó gentilmente en el suelo de la habitación antes de entrar. La habitación era completamente distinta a la que estuve quedándome. El interior se destacaba por la decoración de las paredes, techos con paneles artesonados y vitrales. La cama con dosel antigua estaba cubierta de una colcha de damasco adornada con brocado de oro y blondas negras de terciopelo. Había un mosquitero negro rodeando toda la cama y colchones de lana. Era una majestuosidad. 

—¿Es tu habitación? Es sorprendente— le dije aún de espaldas. 

—Ahora tuya. 

Me volteé sorprendida al oír su respuesta, pero sobre todo, al reconocer su voz. Se había revelado ante mis ojos, mostrando su verdadera apariencia. No me equivoqué. En efecto, era él…

—Ansel. 

Fue él mi salvador... mi escape...

Redención (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora