Dicha

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Me llevaron a la sala de operaciones y siguieron el proceso correspondiente. Fueron muy diligentes y rápidos en todo. El dolor desapareció después de que me aplicaron la anestesia epidural y me tumbaron en otra camilla. 

Verdaderamente estaba ida, mis reacciones eran lentas durante el proceso. Ya no sentía dolor, solo ciertos movimientos raros y una especie de calambre. Permitieron que ellos pasaran, luego de que se hubieran puesto la bata como protocolo. 

A pesar de las preocupaciones, el miedo y las inquietudes que me agobiaban, lo que me mantenía aún consciente era saber cómo estarán mis bebés, me dio energías extras también el sentir el apoyo de Ansel y Louis. La expresión de ambos era de evidente preocupación, aun así, sus palabras en estos momentos eran reconfortantes, sobre todo, sus apretones de manos.

—Por el amor de Dios, ¿qué es esto? — le oí decir a la enfermera. 

El anestesiólogo se asomó desde su sitio y engrandeció los ojos. Era una escena sacada como de una película de terror para quien lo viese, aunque para mí no lo era. Después de todo, se trataba de mis bebés. Era una imagen que no podré borrar nunca, no solo por lo impactante, más bien por lo conmovedora. Solo fueron pocos segundos que tuve la dicha de verlos, pero bastó para que lo recuerde para el resto de mi vida. A pesar de tener la forma de una serpiente, es como si estuvieran abrazados y lo hubiera acogido para proteger a su hermanito mayor. 

El cuerpo del más desarrollado, era como el de un bebé muy sano y normal, no como lo habían pintado. Se veía saludable, fuerte y tenía carnecita de sobra para apretar. Eso sí, tenía mucho cabello y muy negrecito, igualito a su papá. Su tez era igual de blanca. Sus labios pequeñitos, finos y rosaditos. Se veían tan tierno ambos que deseaba tenerlos en mis brazos. 

Pude ser testigo de la reacción tan conmovedora y tierna de Ansel y Louis al haberlos visto. Ambos estaban rojos como dos tomates, con los ojos engrandecidos y rojos. 

El otro, aunque estaba en su forma de serpiente, sus escamas eran negras y tenían cierto brillo. A pesar de ser pequeña, su grosor sí es algo intimidante. Su cola se agitaba lentamente, hasta que sus pequeños ojos dorados se abrieron. Podía jurar que me reconoció, porque se desenroscó arrojándose a la camilla donde me encontraba y deslizándose lentamente por el costado y adentrándose en mi bata. 

—Eres tan pequeñito— logré articular con un hilo de voz. 

Se escabulló por mi pecho hasta asomar su cabecita por mi bata. De repente pudimos ser testigo de algo que nos dejó a todos anonadados y es que todos creímos que había cerrado los ojos para dormirse, pero no, su cuerpo comenzó a tener un drástico cambio y, es que si no lo hubiera visto con mis propios ojos, no lo hubiera podido creer. 

Adoptó su forma humana. Era más pequeño, por evidentes razones, que su hermanito. Ella era una niña. Una hermosa bebé. Tenía poco cabello, sus ojos cerrados, boquita igual de pequeñita a su hermanito y labios rosaditos. Sus puños eran muy pequeños. Moría de ternura. Me hubiese encantado abrazarla contra mi pecho, sentir por más tiempo su calorcito, pero no pude. 

Las enfermeras la tomaron con cierto miedo y la llevaron con su hermanito para asegurarse de que todo estuviera bien con ellos. Sé que era por el bien de ambos, por eso no puse peros. 

Aunque el cansancio me estaba venciendo, me sentía extremadamente feliz. Esta vez las lágrimas que brotaban de mis ojos no eran de dolor, sino de felicidad, de emoción, de dicha. 

Cuando crucé mirada con Ansel, él la desvió, como si estuviera buscando la manera de ocultar su reacción de mí, pero me temo que es muy tarde, ya lo he visto. Lo mismo sucedió con Louis, solo que él se quitó por completo la mascarilla y depositó un cálido y tierno beso en mi frente. 

—¿Lo ves, mi reina? Te lo dije. Siempre he confiado en ti y en tu fuerza. Eres una mujer increíble— sonrió ladeado—. Qué dicha siento de tener a una bella mujer como tú a mí lado— apretó mi mano, descansando su mentón en mi cabeza—. Gracias por haberme convertido en papá. Fue muy inesperado todo esto, pero eso no le quita nada a todo lo que me has hecho sentir. Te amo, mi diosa. Y también a esa princesita que me has dado el privilegio de conocer. 

Redención (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora