ESPECIAL (CAPÍTULO CINCO)

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Stacy

Siento tanta hambre. He querido disfrazar ese hecho para no preocupar a Ansel y Louis, pues sé que, aunque no lo mencionan, deben sentirse de la misma manera. Además de que conozco que se esfuerzan día tras día en conseguir algo para nosotros, por lo que no quiero cargarlos más.

Salieron hace varias horas a cazar, con la ilusión de encontrar algo, pero ya he ido perdiendo las esperanzas. Si no logro mantenerlos a todos a raya, pueden terminar invadiendo la ciudad y atacando a los humanos.

Alguien nos ha cerrado la puerta y las posibilidades de persuadir a algún encargado o empleado del banco para que pueda suplirnos. No sé quién sea la persona que nos está arrinconando, ya ni siquiera sé si realmente sea obra de esos cazadores. En estos momentos veo a todos como sospechosos o culpables.

—No puedes levantarte todavía—le avisé, intentando calmarlo.

—A mí no me toques, bruja— me empujó, poniéndose de pie y quitándose con la sábana el ungüento que le había puesto en las heridas.

Desde que lo trajeron los cazadores, he estado gran parte de la tarde y noche velando por él, aun así, es tan malagradecido.

—Estás muy débil, por lo que el proceso de curación y cicatrización tardará mucho más si te lo quitas por completo.

—Primero que nada, yo no te he dado mi autorización para aplicarme esta mierda. No quiero nada que venga de ti. Segundo, ¿a dónde te has llevado mi ropa? La quiero ya.

«Jamás llegaré a igualarte, papá. Soy una completa inútil».

Él se marchó de la habitación, luego de haberme dicho hasta del mal que iba a morir.

Ninguno de los otros infectados ha despertado y su condición cada vez empeora más.

Salí al pasillo, teniendo como destino el aula que estuvo ocupando mi papá, pues ahí guarda variedad de libros y apuntes que me han servido para aprender muchas cosas, pero las luces del pasillo parpadearon, hasta que solo reinó la oscuridad y el silencio. No podía ver absolutamente nada.

Toqué la pared para encontrar la puerta de algún aula, de este modo, podría abrir las ventanas y recibir un poco de luz por parte de la luna, pero extrañamente las paredes, a medida que avanzaba, se sentían vacías e intactas, sin ninguna grieta, cuadro o puerta.

Hacia lo que debía ser el final del pasillo alcancé a oír unos crujidos y unos lamentos que iban aumentando y volviéndose más agudos, al nivel de que mis tímpanos no toleraban los sonidos.

—¡Cállense! —caí de rodillas y tapé mis oídos con fuerza, ordenándole una y otra vez a esas voces que se callaran.

Tuve una visión en mi cabeza en ese momento, donde aparecía Iris tendida sobre la cama de aquella habitación donde estuvimos juntas, cuando de pronto, esa visión se esfumó, apareciendo otra de ella misma, donde las sábanas blancas habían adquirido color; ese rojo carmesí cubría parte de ella e incluso habían pintado mis manos.

«¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?». Era su voz la que se reproducía en mi cabeza y me cuestionaba con tanta insistencia.

«Mírame, mírame, mírame».

Miré mis manos de nuevo y en ellas apareció el único elemento que faltaba de su cuerpo; su cabeza.

La dejé caer de la impresión y esta rodó por debajo de la cama. Notando que había un desnivel en el suelo y que los rastros de sangre habían teñido el piso, decidí atraparla de nuevo, cubrirla con la sábana y guardarla en ese viejo armario. Hice lo mismo con su cuerpo, pues era el único lugar en la habitación donde pude ocultarlo.

Esperaba ansiosa de que esas malditas volvieran a regresar a fastidiarme, pues al final, iban a ser ellas las próximas en hacerle compañía a esa zorra. 

Al final del pasillo, oí unos pasos aproximándose lentamente hacia mí, resonando como lo haría un objeto punzante al golpear la loza. El sonido se volvía más chillón, a medida que se acercaba.

Levanté la cabeza, cruzando mirada con esos ojos rojos que me observaban en la oscuridad, los cuales me resultaban tan familiares y me hacían sentir tanta tranquilidad en medio de la tempestad. Los había visto antes, pero no logro recordar cuándo, cómo o dónde.

Un rayo de luz, proveniente de quién sabe dónde, permitió que pudiera ver su mano y los detalles de esta. Era la mano de un hombre, cubierta de la misma mancha y humo negro que las mías. Sus uñas eran tan largas, como afiladas.

No sentía miedo o desconfianza. Al contrario, tenía la sensación de que lo conocía, del mismo modo que me conozco a mí misma.

Solo en ese momento en que nuestras manos se juntaron, volviéndose una, fue ahí donde me descubrí a mí misma. Era mi otra mitad, las dos caras de una misma moneda, fue entonces cuando por fin me sentí completa...

Redención (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora