Dos chicos que están a nada de graduarse de la secundaria e iniciar sus vidas, pero cometen un error que puede comprometer su futuro y tal vez sus vidas para siempre
—¡Mamá! ¡Papá!— Gritó Mateo desde el pasillo, alarmando a sus padres.
Fue una carrera contra el tiempo. Betty y Jughead se levantaron de la cama lo más rápido que se les hizo posible, pero estaban totalmente desnudos y les tocó vestirse primero.
Jughead se colocó su pantalón y salió primero que Betty, y luego ésta lo siguió después de vestirse, saliendo de la habitación y corriendo al pasillo, en donde escucharon al niño.
Esté estaba a mitad del pasillo, mirando hacia la sala desde ahí y luego miró a sus padres.
—Mi amor... ¿Que pasa? Te escuchamos gritar— Le dijo Betty al niño, acercándose a él y acariciando su mejilla.
—¿Estas bien campeón?— Le preguntó Jughead, acercándose a él y poniendo una mano sobre su hombro.
—Mía llegó— Avisó el menor, señalando la sala de estar.
Betty y Jughead fueron a la sala de estar de inmediato y se detuvieron al ver a Mía levantar un jarrón que se cayó en medio de la sala. Al parecer eso fue lo que causó el fuerte ruido que los alarmó a todos.
—Mi amor... llegaste— Dijo Betty, acercándose a su hija y acariciando su mejilla, mirándola de arriba a abajo. Su vestido arrugado y su cabello alborotado. —¿Que te pasó? Estas... ¿Pegajosa?—Preguntó.
Jughead estaba atónito. Se acercó a su hija, mirándola seriamente y mirando su reloj. —¿Estas son horas de llegar? ¡Es media noche hija! ¡¿Te das cuenta de que eres muy joven para estar llegando a estas horas?!— Le gritó.
Mía no le respondió y solo lo miró. Se veía diferente, se veía cansada y algo aburrida, hasta algo deprimida.
—¿No vas a responderme? ¡¿Donde estabas y que te pasó?!— Le preguntó Jughead a su hija, alterado.
—¡No le grites!— Exigió Betty, mirándolo mal.
—¡Estoy hablando con ella!— Respondió Jughead, mirando a Betty fríamente y luego a su hija. —¡Quiero que me respondas en este momento Mía!—
—¡Ya deja de gritarme!— Exigió Mía, mirando a su padre con los ojos cristalizados. —¡Es lo único que haces! ¡Todo lo que hago es peligroso y te molesta! ¡No puedo poner un pie fuera de la casa porque ya estás dándome sermones! ¡No puedo salir con mis amigos y no puedo hablar con nadie en la secundaria, maldita sea! ¡¿Por que, papá?! ¡¿Por que me odias?!—
Jughead se quedó sin palabras. Su hija nunca se había enojado y expresado de esa manera. —Pero yo no te odio mi amor. Eres mi hija y solo quiero...
—¡Cállate!— Le exigió Mía, tomando aire para calmarse. —¿Sabes que? Estuve en esa fiesta y fue la noche más increíble que tuve. Conocí sensaciones que nunca antes experimenté— Admitió, poniendo una cara de horror.
—¿Que?— Preguntó Jughead, temiendo lo peor. —¿Qué hiciste, Mía?—
—Eso no te incumbe a ti. Es hora de que aprendas a respetar mi espacio, papá— Aseguró Mía, limpiándose las lágrimas.
Jughead suspiró y miró a Betty. —Esto es tu culpa—
—Es tu culpa Betty. Cuando me diste ese discurso de que había que darle más libertad porque era buena chica, me convenciste y pensé que yo estaba equivocado. Pero mira lo que has hecho, Betty. La has apoyado incondicionalmente toda la vida y ahora mira las consecuencias — Acusó Jughead a Betty, mirándola mal.
—¿Mi culpa? Esto es tu culpa. ¿Y sabes por qué? Porque si sigues reprimiéndola, terminará haciendo cosas incorrectas a escondidas Jughead, yo lo se— Aseguró la rubia.
—¿Ahora es mi culpa? ¡Mira la hora a la que llegó nuestra hija! ¡Estuvo en la calle y solo Dios sabe qué cosas hizo y con quien!— Dijo Jughead, enojado. —¡Es tu culpa!—
—¡Deja de gritarle a mamá! ¡Ella siempre tuvo razón sobre ti! ¡¿Por que me odias?!— Le preguntó Mía a Jughead.
—¡Vete a tu habitación! ¡Estás castigada y te juro que no te dejaré salir de aquí! ¡No me arriesgaré a que cometas el mismo error que tú madre!— Sentenció Jughead.
—¡Ya no griten!— Exigió Mateo, bajando las escaleras con las mejillas empapadas de lágrimas y temblando. —No me gusta—
Mía miró a su padre, enojada. —¡Te odio!— Le gritó para correr a su habitación, llorando.
Betty lo miró y negó con la cabeza. Ella pensó que habían llegado a un acuerdo, pero todo se volvió a arruinar, y aún peor que antes.
—Betty... te juro que yo no quise...— Empezó a hablar el ojiazul, acercándose a ella.
—Déjame en paz— Exigió Betty, mirándolo mal para luego acercarse a su hijo. —Ay mi niño... no te asustes mi amor. Ven— Lo tomó de la mano para subir con él las escaleras.
Jughead vio a Betty subir las escaleras con Mateo, quien temblaba y lloraba en silencio. Las discusiones lo ponían realmente nervioso.
Jughead supo que su forma de reaccionar no fue la mejor. Supo que terminó lastimando a su esposa y a sus hijos.
Ahora su familia estaba más desintegrada que antes.
El pelinegro no sabía que hacer con tanta frustración. Fue a la cocina y buscó una botella de vodka que tenía oculta para una ocasión especial, pero en este caso la usaría para ahogar sus penas con alcohol.
Mientras tanto, Betty ayudó a su hijo menor a que se durmiera otra vez. Cuando se aseguró de que su pequeño se durmió, fue a la puerta de la habitación de su hija y tocó.
—Pasa si eres tú, mamá— Autorizó la menor, con la voz rota.
Betty abrió lentamente la puerta de la habitación de su hija y entró, viéndola sentada frente al espejo, con las mejillas empapadas de lágrimas.
—Chiquita... no ha pasado nada amor. Tranquila— La tranquilizó Betty, acercándose y acariciando su cabello, tomando un peine para arreglarlo un poco.
—¿Por qué papá me odia? ¿Por qué me trata así?— Preguntó, llorando.
—Tu papá no te odia hija. Pero no hablaremos de él ahora. ¿Quieres decirme que pasó en la fiesta? ¿Por qué llegaste tan rara?— Le preguntó Betty a su hija.
—Yo no quiero hablar de eso— Se negó Mía, con una mueca de horror.
—¿Por que? ¿Pasó algo malo?— Preguntó Betty, mirando a su hija con preocupación.
Mía no respondió y en cambio se puso de pie y corrió al baño, largándose a vomitar en el inodoro.
Betty fue tras ella y le sujetó el pelo. —Oh por Dios... ¿Que pasó mi niña?— Preguntó. Obviamente su hija estaba asqueada por algo.
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