33. JODER, DIME QUE NO HE DICHO ESO EN ALTO...

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Candace

23 de Noviembre.

Vuelvo a despertarme sobresaltada. 

Siento una presión en el pecho y me cuesta respirar. Las manos me tiemblan, tengo la boca seca y el corazón acelerado. Siento como me recorre el sudor frío por toda la frente y baja por el cuello y pecho. Las pulsaciones comienzan a ralentizarse cuando veo la lámpara de noche que uso para poder dormir algunas horas seguidas.

Apenas son las 5:37 h de la mañana. Hoy es más temprano de lo habitual, normalmente suelo aguantar dormida una hora más, pero cada vez duermo menos. Me muevo incómoda en la cama, intento volver a cerrar los ojos, a ver si esta vez consigo volver a dormirme, pero es absurdo, no lo he conseguido desde ese día, y probablemente, jamás vuelva a hacerlo. El despertador no tiene que sonar hasta las 7h de la mañana. No sé porque sigo poniéndolo, si jamás me he despertado con él.

Sigo teniendo la esperanza de que, al despertar, volveré a ser la chica que un día fui.

Intento volver a cerrar los ojos, pero en cuanto lo hago las imágenes que jamás he podido olvidar vuelven a mi cabeza. Los nervios por los exámenes finales y todo el tema de Mario me tienen muy tensa, por lo que las pesadillas son cada vez más seguidas, y que Felipe se fuera de ese modo tan repentino me ha mantenido toda la noche en vela dándole vueltas a todo lo ocurrido.

Me levanto de la cama y corro hacia al baño con el tiempo justo para abrir la taza del váter y vomitar dentro durante quince minutos.

Me limpio la boca cuando creo que ya no tengo nada más que echar. Me incorporo y me pongo en pie como puedo. Arrastro los pies por el baño lentamente hasta que consigo dar con el interruptor y la luz fría hace que me quede ciega y comience a ver manchas por todos lados. Mojo la cara con agua y me observo en el espejo. Dos grandes manchas de un tono verdoso me rodean los ojos. La persona que está frente al espejo, y la que todos creen conocer, no son la misma. A veces incluso yo misma olvido quien es la real.

Tras darme una ducha relajante, me recojo el pelo en una estirada coleta que me despeja la cara, donde se puede apreciar la palidez de mi rostro, las dos grandes ojeras que me dan una imagen melancólica, y todas las manchas y marcas que me dejó el acné durante la pubertad. Saco todo el artesanal de belleza y hago lo que tan bien sé hacer, fingir que soy otra persona. Llevo tantos años haciendo esto, que en menos de una hora consigo de forma mecánica parecer una chica de revista con una piel perfecta y una imagen que cualquiera envidiaría. Uso varias sombras de ojo distintas, no me gusta mucho maquillarme en exceso, pero Mario siempre decía que estoy más guapa cuando las llevo.

Solía hacerle caso en casi todo, y al parecer, sigo haciéndolo.

Me suelto el pelo y me hago unas ondas con calor para darle volumen a mi apagada melena.

Aún me queda tiempo para que pueda ir a visitar a Olivia al hospital. Me estiro en la cama observando el amanecer desde la ventana del dormitorio, una de las cosas que me gusta de no ser capaz de dormir, que siempre consigo ver los tonos naranjas del cielo bañar las paredes de la estancia. Estiro el brazo hasta dar con el móvil, y vuelvo a releer los mensajes del nuevo chat de WhatsApp con las chicas. Los leo por encima —porque entre tú y yo, los he leído tantas veces que me los sé de memoria— y siento como mis labios se van curvando poco a poco hacia arriba en una gran sonrisa.

Amor con fecha límite #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora