34. JAMÁS SALDRÍA CON ALGUIEN COMO TÚ

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Felipe

Las nubes cada vez son más densas, y unas pequeñas gotas comienzan a caer. No me importa mojarme, pero sé lo que le molesta el frío y lo último que quiero es que llegue a casa calada de agua hasta los huesos y con una pulmonía por mi culpa.

No tarda mucho en aumentar la cantidad de agua, nos estamos mojando, mucho. Candace parece un bicho bola resguardada a mi espalda, y yo no puedo pensar en otra cosa más que en acelerar bastante más de lo permitido para poder resguardarla cuanto antes.

—¡Felipe! —alza la voz para que pueda oírla con claridad.

—¿Estás bien? —la miro por el retrovisor.

—Vas muy rápido —su voz suena cargada de pánico y veo el miedo en sus ojos.

—No quiero que te mojes, quiero llegar lo antes posible.

—Prefiero llegar empapada a no llegar nunca.

—Jamás permitiría que te pasara algo —digo con sinceridad.

—Por favor... —ruega.

Aminoro la velocidad considerablemente y siento como suelta todo el aire que había retenido en los pulmones. Su agarre también se afloja y veo como saca poco a poco la cabeza de mi espalda y se relaja de nuevo. Sonrío cuando nuestras miradas se cruzan en el reflejo del espejo.

Tardamos más de lo normal en llegar, porque cuando llueve en una gran ciudad la gente entra en estado de alarma, como si la lluvia fuese tóxica o se fueran a convertir en sirenas; vale, no he dicho eso último, pero la culpa la tiene Eider con ponerme a las sirenas de Mako continuamente, que al final uno se engancha... y claro...

Los atascos han sido eternos y casi se han empalmado un semáforo con otro, pero ya estamos en la esquina, y por mucho que quiera acelerar, Candace parece recién salida de la ducha.

—Lo siento...

—¿Por qué? —parece confusa.

—Tendría que haberte dejado ir en taxi, sabía que iba a llover, no he pensado en...

—Habría vuelto caminando, y tampoco he traído paraguas —se encoge de hombros quitándole importancia.

—Ya casi hemos llegado.

—Sí, ya huelo el chocolate de la cafetería —sonríe.

Reduzco poco a poco la velocidad cuando estamos llegando a la puerta del garaje, pero en el último momento giro a la derecha y aparco justo enfrente de la cafetería donde trabajo.

—¿No entramos? —me mira cuando aparco y le indico que baje.

—¿Te apetece un chocolate caliente?

—Siempre —se quita el casco y mueve la cobriza melena ante mi atenta mirada y la de cualquier ser humano que tenga ojos en la cara.

¿Será consciente de lo sensual que es todo el jodido rato?

Amor con fecha límite #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora