39. COMO TE MUEVAS EN TODOS LOS LADOS IGUAL...

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Candace

29 de Noviembre.

Esta vez apenas me ha dado tiempo llegar al baño. Las imágenes se han repetido en mi cabeza sin parar hasta que lo he echado todo por la boca.

Me meto bajo la ducha y me quedo sentada en el suelo mientras el agua me cae por encima como si fuera un día lluvioso. Intento mantener la mente en blanco, como si con esto consiguiera desaparecer y hacerme invisible, el único deseo que he pedido año tras año al soplar las velas de cumpleaños o con alguna pestaña, y que jamás se ha cumplido.

¿Qué se sentirá al poder hacer con tu vida lo que quieras sin ser juzgado por nadie?

Realizo mi rutina diaria de belleza, me miro al espejo cuando mi aspecto parece impecable y recuerdo a la perfección las palabras de Felipe, las que han rondado por mi cabeza desde el día en que las dijo como si nada.

"Abre la jaula, déjala salir antes de que muera dentro"

Hay animales que están creados para estar en cautividad, porque es lo único que han conocido. El mundo real asusta, y a veces es más cómodo quedarse en lo seguro, donde sabes que estás cómoda y que nada malo puede suceder.

Felipe lleva días detrás de mí como un hermano mayor, mucho peor que Izan, que ya empezaba a engañarlo. Con él me resulta mucho más complicado, porque siempre me observa y parece saber lo que pienso. Estoy harta de que todos me controlen, de que decidan por mí porque crean que no puedo sola, pero lo que más odio en el mundo es dar lástima, ver en la mirada de otros compasión, porque eso demuestra debilidad. Es por eso que jamás le cuento a nadie mis problemas, con excepción de Olivia, la única persona que no cambia su mirada cuando le explico mi historia, la única que consigue ver la fortaleza que ni yo misma conozco en mí.

—Ay dios, pero que guapa estás —me abraza con ternura y yo se lo devuelvo de la misma manera.

—Me encanta ese jersey, te resalta la mirada —le digo con sinceridad.

En cuanto llamo al timbre, la primera en recibirme es Lía. He comenzado a acostumbrarme a esta rutina, desayunar con ellos, o al menos hacer como que desayuno sin que se den cuenta de que solo muevo la pajita de un lado al otro sin dejar de hablar. Felipe venía cada día a casa o me esperaba a la salida del hospital cuando tenía guardia, no ha habido ni un solo día en estas dos semanas que no nos hayamos visto y que me haya obligado a ingerir algo de comida en sus narices.

—¡Volcán de chocolate! —grito cuando veo el vaso entre las manos de Felipe— Te lo robo —le guiño el ojo y me lo llevo a la mesa.

—Vienes a mi casa y me robas el desayuno, serás... —sonríe, porque en realidad le encanta ver que ha cambiado algo en mí, o eso es lo que él cree.

No entiendo esta obsesión por comer algo. Cada uno come lo que quiere, y yo siempre he sido de comer poco, no veo el problema, no estoy enferma, así que no lo estaré haciendo nada mal. Digo yo... en fin. Con los años me he dado cuenta que es mucho más factible hacer ver a los demás que llevan razón que intentar hacerles cambiar de opinión, así que desde entonces desayunamos los cuatro juntos cada día.

Amor con fecha límite #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora