97. PODRÍA HABER SIDO CUALQUIER COSA, PERO QUISO SER MÍA

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Candace

Su mano envuelve la mía cuando entramos en su nueva casa y escucho voces familiares hablar entre risas en lo que supongo es el salón. Ni siquiera me fijo en los detalles, solo quiero llegar hasta esas voces y lanzarme a sus brazos.

Mara es la primera en verme, y al dejar la palabra en el aire, consigue que todos dirijan la mirada hacia mí. Izan me sonríe con cariño mientras los demás ojos me miran confusos. Lía es la primera en chillar y venir corriendo hacia mí, pero para mi sorpresa, y seguro la de todos, un huracán pasa por su lado impidiendo que pueda llegar hasta mí.

—Quita —gruñe con grandes zancadas hasta que nos quedamos de frente y me rodea en un cariñoso abrazo.

¡Sí, señores y señoras! Mara me está abrazando sin ninguna amenaza de por medio.

—Te he echado de menos... —la aprieto contra mi pecho.

—No vuelvas a irte —me exige con la mirada y los labios formando una fina línea antes de separarnos y dejarle paso a una sonriente Lía.

—Has conseguido que Mara roce a un humano —ríe bajito en mi hombro— No sé si asustarme o darte la enhorabuena.

Todas me reciben mucho mejor de lo que esperaba, y por supuesto, merezco. No he conseguido que el miedo se vaya de un día para otro, mis inseguridades siguen dentro, aunque mucho más disueltas que antes, pero, aunque quedan algunos escombros de lo que fui, me centro en la sensación de felicidad que me recorre el cuerpo cuando veo sus sonrisas. Busco con la mirada unos ojos verdes que me miran desde el sofá de la esquina en silencio. Me preocupa que Eider no haya venido con la misma efusividad que las demás, pero no es hasta que veo la venda que cubre su pierna que salgo corriendo hasta ella.

—¿Qué ha pasado? —me asusto.

—No folles nunca colgada de un arnés —chasquea la lengua— Mira el resultado.

—No preguntes... —susurra Felipe a mi espalda conteniendo una carcajada.

—¿Estás bien?

—Lo estaré si me das ese abrazo ya —se queja— ¿No ves que no puedo moverme?

Sonrío contra su cuello cuando nos fundimos en un abrazo y mis miedos vuelven a irse por donde han venido.

Pedimos pizza para cenar y charlamos durante horas, para suerte de todos, Izan y Eider mantienen los cuchillos guardados, tanto que ni se miran en toda la noche, no sé qué me he perdido, pero paso de saberlo. No más dramas, por favor...

—Mara... —interrumpo las carcajadas de todos y me pongo seria— ¿Estás bien? Izan me ha dicho que has necesitado un abogado...

—Es para mi madre —se limpia los restos de tomate en la comisura de sus labios— Se separa de mi padre.

Amor con fecha límite #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora