61. ¿QUÉ HACES AQUÍ?

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Candace


Aún siento el sabor de su boca en mis labios, como me palpitan como si tuviera el corazón en ellos y la falta de su tacto como una puñalada.

Me ha dejado sola, ha salido corriendo sin mirar atrás. Lo he visto en sus ojos, he visto el arrepentimiento en cuanto me ha mirado, y eso ha sido lo más doloroso que he visto en mi vida. Ni siquiera encontrarme a Mario en la cama con otra me hizo sentir este agujero en el estómago. No esperaba que me jurase amor eterno, pero lo he sentido, he sentido como el beso nos ha fundido en una sola persona, como hemos pasado a formar parte de un nosotros sin pactarlo previamente. No estoy loca. Lo he sentido dentro, ha sido real, tan real como que jamás podré besar a nadie de ese modo.

Pero sus ojos... Los ojos son el espejo del alma, ellos nunca mienten, y me han contado algo que no quiero aceptar.

Me tiemblan las manos, no sé de dónde he sacado el valor. Seguramente me mande a paseo y me diga que para él ha sido un beso más, puede ser que me rompa el corazón en pedazos tan pequeños que sea imposible volver a unirlos en una pieza, pero, de todas formas, sigo el rastro que ha dejado y voy directa a la boca del lobo.

Enseño mi pase y recorro el silencioso pasillo mientras siento los latidos de mi corazón en los oídos y el pánico comiéndome por dentro. Pensaba que nunca había deseado algo en mi vida tanto como deseaba que Felipe me besase, pero me equivocaba, lo que más deseo en el mundo es que me diga que para él también ha significado algo, que ha sido tan real como lo ha sido para mí, y que toda esta farsa se ha convertido en realidad.

Escucho voces y distingo las de Izan y las de Felipe, me quedo en la esquina escuchando a escondidas y con el corazón en un puño.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué me arrepiento? —grita Felipe desgarrándome por dentro— Solo fingía, que es lo que he estado haciendo todo este tiempo.

Si en algún momento pensé que Mario me había roto el corazón estaba completamente confundida, porque es ahora mismo, en este preciso instante, cuando siento que algo dentro de mí se ha apagado.

Me sujeto a la pared para no desmayarme en este momento, arrastro los pies por el suelo dando media vuelta e intentando llegar al final del pasillo, pero las piernas no me responden y caigo al suelo de rodillas. La garganta me arde, siento el sabor amargo de la bilis y la necesidad de vomitar las tripas y quedarme completamente vacía.

—Dios mío, pero ¿qué ha pasado? —unos brazos me levantan del suelo y me arrastran.

No sé a dónde vamos, solo dejo caer mis pies y me dejo guiar por la persona que me arrastra hasta una habitación oscura. La luz se prende de repente y me agarro a lo primero que pillo y comienzo a vomitar todo lo que me está matando.

Amor con fecha límite #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora