51. ME ARRIESGARÉ, VALE LA PENA

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Candace

He de reconocer que soy buena convenciendo a la gente para hacer cosas que jamás pensaron que acabarían haciendo. Y no, no me arrepiento en absoluto.

He puesto mi cámara en el trípode colocada estratégicamente para que se vea en detalle el proceso de maquillaje. Izan y Felipe llevan una diadema con orejitas para retirar el flequillo de la cara, y no pueden estar más ridículos los dos. Eider me mira con una sonrisa pícara en los labios, sé que está disfrutando de esto tanto como yo. No ha sido fácil convencerla, pero ha sido decir que a mi hermano esto le horrorizaba y la idea le ha parecido maravillosa.

Esto se le da genial, Eider se desenvuelve frente a la cámara como si llevara toda la vida haciéndolo. Joder, si la llevo yo y no lo hago tan bien como ella. Habla con naturalidad mientras me ayuda a explicar el proceso, y por supuesto, publicitamos la marca de maquillaje de la que soy embajadora.

—Muy importante, usar corrector de dos tonos más bajos al color de tu piel en todas las partes que queráis tapar —mira a cámara con una sonrisa burlona— A no ser que os pase como a él, que habría que taparle la cara entera y empezar de cero.

Todos nos reímos ante su comentario salvo el aludido. Mi hermano la mira con el ceño fruncido y la mandíbula tensa. Le conozco, y sé que Eider le descoloca, porque nunca ninguna mujer le ha tratado con tanta indiferencia, y eso debe de estar volviéndole loco.

Pero oye, nunca viene mal una dosis de realidad. Que me lo digan a mi... Adoro a mi hermano, pero está muy crecidito, y siendo realistas, prefiero que Eider ronde cerca de él y no de Felipe.

Siento decepcionarte, pero no es fácil confiar en las personas cuando siempre te han defraudado, aunque los demás no se merezcan que lo pagues con ellos. Poco a poco, ¿vale? No me metas presión...

—Volcán... —susurra mientras Izan y Eider siguen soltando púas— ¿Recuerdas que me debías un pensamiento?

Mierda, claro que lo recuerdo, pero pensaba que él ya lo habría olvidado. ¿Los "me debes una" tienen fecha de caducidad?

—Pues ahora ya me debes dos —sus labios se curvan en una sonrisa ladeada que me hace tragar con dificultad.

Sus manos suben por mi cadera y mi instinto se gira hacia mi hermano, el que apenas está a medio metro de nosotros enfrascado en una discusión con la pelinegra.

—Relájate, no puede matarme solo porque te toque —susurra mientras me pega, quedando mi pecho a la altura de su boca— Bonitas vistas.

Le doy en el brazo cuando me contagia la sonrisa. Vuelvo a mirar de reojo a mi hermano, pero por suerte, tiene los ojos cerrados mientras Eider le hace su famoso delineador de gato —el que sí o sí va a tener que darme clases— mientras mi hermano tiene todo el cuerpo rígido como una tabla y sus facciones dicen que quiere que todo esto acabe ya. Me lo ha prometido, y sé que esa es la única razón por la que no se ha largado ya de aquí. Porque un día nos prometimos que, si dábamos nuestra palabra, no habría nada en absoluto que pudiera romperla, y desde entonces, siempre ha sido así. Solo tenía diez años, pero ese día todo cambió para nosotros, era nosotros contra el mundo, y desde luego, nada ha parecido cambiar desde ese pacto.

Amor con fecha límite #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora