43. PONTE GUAPO, YA SABES, CUANTO MÁS SEXI MEJOR

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Felipe


Voy a actuar con normalidad.

Termino mi guardia, me cambio de ropa, cojo mis cosas y salgo hacia el aparcamiento donde Candace estará esperándome como cada mañana. Desayunamos juntos y charlamos de cosas sin importancias. No tiene por qué darse cuenta de nada. Todo va a ir bien.

Intento relajar mis facciones y respirar un par de veces antes de salir a la calle y volver a encontrarme con sus ojos celestes. Los que no veo desde hace dos días.

—¿Una mala noche?

—¿Mmh?

—Tienes mala cara.

—Sí... Me alegro de que no haya habido muchas urgencias, pero estas noches se me hacen eternas —me excuso.

—Te entiendo.

Comienzo a caminar con paso decidido. Cruzo la puerta principal, y aunque intento no buscarla con la mirada, mis ojos se vuelven ansiosos en busca de ella, de una sonrisa tranquilizadora o de algún gesto que me devuelva a la normalidad. Cualquier cosa que me confirme que todo está bien y que nada ha cambiado.

No está.

Candace, no está.

Me acerco hasta la moto y observo a mi alrededor mientras espero. Puede ser que se haya entretenido. Quizás ha entrado al baño. O quizás no.

El tiempo parece detenerse. Los segundos se vuelven eternos y ella no aparece por ningún lado. Comienzo a ponerme nervioso. Reviso los mensajes. No me ha avisado de ningún cambio. Llevamos semanas haciendo lo mismo. No puede ser casualidad que justo el día después de lo ocurrido las cosas cambien.

Tan solo han pasado veinte minutos. Los veinte minutos más largos de mi vida. Pero aquí sigo. En la calle, a principio de Diciembre, sin moverme de la puerta del hospital. Saco el móvil del bolsillo y pulso la llamada hasta que suena el primer pitido. Espero paciente mientras suena la llamada. Nada. No responde.

Siento un nudo en la garganta. Una bola que no me deja tragar. Una sensación de pesadez. La amargura de la bilis en la lengua.

No. Ella no lo sabe.

Lo intento una vez más. Otra. Y otra. No quiero asustarla, pero necesito saber que el motivo de que no esté aquí como cada día no sea por el que creo que es.

Sé que ha venido. La he visto. Ella a mí no, pero ha sido escuchar su voz y el sonido de su risa y me he visto caminando hacia la sala 427, donde la he visto tumbada junto a Olivia Ferreira, una de las chicas más risueñas y divertidas que he atendido y la que sin saberlo, lleva largos meses hablándome de la pelirroja que me hace temblar.

No lo entiendo.

Ha pasado casi una hora. Me he puesto el casco y he vuelto a casa. Solo. Espero en el semáforo que hay frente al edificio Coleman, no puedo dejar de buscarla con la mirada, para ver si la encuentro, pero en cambio, no son unos ojos celestes con los que me encuentro, sino con unos verdes que también consiguen hacerme sonreír.

Amor con fecha límite #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora