89. SIEMPRE HAS SIDO DE FINALES TRISTES

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Candace

Quizás tenían razón y salir un rato me iba a venir bien.

—Hola preciosa —la voz aterciopelada que me habla consigue sacarme una sonrisa.

—Hola Mario —me dejo abrazar con cariño— Te veo bien.

—¿Cómo lo llevas? —me acaricia el rostro— Sigue en pie el plan de ponerlo celoso.

—No iba a funcionar —suspiro— Pero gracias.

—Lo que sea por mi mejor amiga —sonríe— Iba en serio lo de arreglarlo. He sido un gilipollas contigo, pero pretendo arreglarlo, sea lo que sea lo que necesites.

—Deja ya de disculparte.

—Tendría que haberlo hecho hace mucho —su mirada se vuelve vulnerable— No sé cómo te pedí que volvieras a fingir salir conmigo. No cuando jamás te he visto tan feliz.

—Ya está todo hablado.

—No me gusta verte así —me coge la cara con ambas manos y pega su frente a la mía con cariño— Déjame que haga algo para solucionarlo, por favor...

—Ya te he explicado que la única culpable he sido yo.

—Me siento igual de culpable.

—Gracias a ti lo conocí —mis labios se curvan unas milésimas.

—Vaya, es verdad —sonríe burlón— Entonces eres tú la que me debe una.

—Tendrás cara... —una carcajada sale de mi garganta y el sonido que había olvidado me hace sentir incómoda.

—Ahora te toca a ti hacer de cupido y buscarme a un bombón a la altura del tuyo —me guiña el ojo— Porque no le gustarán los rubios de ojos azules, ¿no?

Le golpeo el pecho cuando comienza a reírse ante mi cara de espanto, no porque le gustaran los hombres, sino por imaginarme a Felipe con cualquier otra persona que no sea yo.

—Tranquila, estoy seguro que solo le gustan las pelirrojas —dice muy seguro con un brillo que no me gusta nada en la mirada— ¿Estás segura de que no quieres ponerlo celoso?

—Mario, ya te he dicho que... —hace un gesto con la barbilla mirando tras de mí y tengo que dejar de hablar de inmediato cuando siento un cosquilleo sin necesidad de darme la vuelta.

—Pues ya es tarde —sonríe satisfecho.

Cuando me giro, todo mi mundo se paraliza al verlo de frente con la mirada puesta en nosotros y la mandíbula tensa. Está furioso, puedo ver como saltan chispas de sus ojos color caramelo, como su cuerpo está en completa tensión y aprieta los puños con fuerza.

No se ha movido. Sus ojos pasan de Mario a mí en repetidas ocasiones hasta que los posa en los míos y yo dejo de respirar.

—¿Ves cómo le iban las pelirrojas? —susurra en mi oído consiguiendo que me relaje un poco.

Amor con fecha límite #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora