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Georg había entrado en la habitación, sentándose junto a Gustav en el pequeño sofá, mientras que Tom seguía de pie de espaldas a Sophia.

- ¿Bill? No entiendo nada -gruñe este- ¿Me puedo mover ya? -a lo que Bill, no responde.

- ¿Tom..? -murmura la rubia, dando un pequeño paso hacia adelante.

Este siente su sangre congelarse, quedando petrificado. Aquella voz. Aquella voz es la que había estado oyendo por teléfono y que tanta paz le hace sentir. Aquella voz es la que consigue dominar todos a sus sentidos.

- ¿Sophia..? -murmura este de vuelta, dándose la vuelta lentamente y clavando sus ojos en la sonrisa tímida de la rubia.

Bill, quien ahora estaba junto a Georg, ahoga un grito y achina sus ojos ligeramente mientras sonríe.

Pasaron unos cuantos segundos hasta que ambos pudieron reaccionar. Tom podía escuchar su propio pulso en los oídos, como golpes de un tambor. Sus ojos paseándose por toda su figura, dándose cuenta del tiempo que había pasado y quién era ahora. Estaba preciosa. Su cabello rubio caía por su espalda, estando más largo que la última vez que la vio, que estaba un poco más abajo de sus hombros. Sus facciones habían cambiado ligeramente, pero solo había dejado atrás el aspecto de adolescente. También pudo distinguir en sus ojos todo el dolor que el peso de esos años habían ejercido en ella. Aquello le rompió, pero supo que ya no podía dejarla escapar. No hay manera de escapar al destino.

Y ella era el suyo.

Las piernas de Sophia podrían vencer en cualquier momento, siendo incapaces de aguantar el peso de su propio cuerpo. Sus ojos estaban en Tom, desde sus zapatos desgastados hasta sus rastas, que seguían como el último día que se vieron. Lo único diferente, era sus facciones y el hecho de que había crecido considerablemente. Echó un vistazo al piercing, que seguía ahí. Todo estaba como ese último día.

- ¡Haced algo! -exclama Bill, que lanza un quejido cuando Georg le da un suave golpe.

Ambos carcajean, mientras mantienen sus miradas, ahora andando hacia el otro a paso acelerado, fundiéndose al final en un fuerte abrazo. Sophia no podía llorar, no en ese momento, no era plenamente consciente. Cierra sus ojos y toma aire, apreciando el olor de la colonia de Tom, que seguía siendo la misma. Aprieta el agarre a su cuello y hunde la cabeza en el hueco entre este y su hombro, quedándose ahí. Tom, por el otro lado, abrazaba su estrecha espalda al mismo tiempo que daba suaves caricias esta. Su cabello olía a mango, sabiendo que a esta le encantaba el mango antes y aparente, le seguía gustando. Esta olía a casa, a planes en aquel parque y a tardes en casa de Georg, cuando todo era un poco más simple.

- Te he echado de menos -susurraba esta contra su cuello, lanzando ondas eléctricas por toda su espalda.

- Yo a ti -susurró este de vuelta, aún con ella en sus brazos.

Se separaron debido a que la postura empezó a ser incómodo, siendo ella considerablemente más baja que él. Sonrieron y Sophia muerde su labio inferior, sin saber qué decir o hacer. Este miraba a otro lado, también algo perdido y sin querer incomodar a la chica.

- Vamos a comer algo -anuncia Bill, notándolo- ¿Has comido algo en el avión? -preguntó a la rubia, quien niega- Estarás muerta de hambre, vamos.

El grupo de 5 abandona la pequeña sala y se reúnen en el restaurante, cerrado durante una hora para ellos, para que pudieran comer tranquilamente. Tom se sienta y Sophia le imita, pero lo hace delante de él. No están sentados juntos, dado que esta se puso nerviosa.

- Necesito saber cómo es que ha pasado todo esto -exigió Tom, ahora con todos sentados a la mesa.

- Fue idea de Bill -canturrea Georg-Él fue quien dejó bajo tu puerta el número de Sophia.

FATE || Tom Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora