Capítulo 12 | El capo

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Mireia

Donde hubo fuego, cenizas quedan. Cuánta razón tenía ese dichoso refrán... Y es que nada más lanzarse a besarme había caído como una polilla en una lámpara.

A Ciro lo habían llamado por teléfono y había salido corriendo a responder. Me recliné sobre los codos esperando que regresara con alguna noticia, ya que su cara había representado a la perfección la importancia de esa llamada. Empecé a sentir fresco porque había dejado la puerta abierta. Ya me había incorporado para volver al salón a buscar mi camiseta cuando entró.

Se acercó a mí con el rostro calmado, aunque su cuerpo no podía esconder un nerviosismo que no se desbordaba de milagro. Me cogió por la espalda, pegándome a su pecho, para dejar un rápido beso en mis labios.

—Tengo que irme a un sitio, pero no quiero que te quede sola —me informó sin apartar la vista de mis ojos—. Vendrás conmigo y nos reuniremos con Nil allí. Te quedarás con él hasta que termine.

Asentí con inquietud. No me gustaba la idea de salir corriendo del ático, me recordó a cuando huimos y se me erizó la piel, pero no rechisté y lo seguí por el pasillo. En silencio nos pusimos la ropa que nos habíamos quitado y salimos del edificio en su coche.

—¿Recuerdas la regla número tres?

No preguntar. La tenía clara, quizás la que más. Lo último que quería era saber demasiado, meterme en su mundo y ser cómplice de cualquier delito... Asentí en su dirección y me encogí para ver la luna desde la ventana.

Estuvimos unos veinte minutos conduciendo hasta las afueras de la ciudad, pasado el polígono industrial de la Zona Franca, ya a la altura del aeropuerto Josep Tarradellas, se salió de la autovía y condujo por una carretera hasta llegar a una granja bastante grande que se encontraba al final de un camino.

El coche esmeralda de Nil ya estaba allí aparcado. En cuanto nos escuchó llegar, salió de la nave a nuestro encuentro. A diferencia de cómo solía vestir Ciro, él iba más informal. Llevaba puestos unos vaqueros negros y una camiseta gris marengo de los Rolling Stones. Se inclinó hacia el cristal de Ciro, que lo bajó y detuvo el motor.

—Está abajo —le dijo sin saludarnos.

Éste asintió.

—Quédate con ella mientras tanto. Ya sabes, cuídala.

Ciro y yo compartimos una mirada antes de que se apeara dejando que se colara un frío fantasmal en el vehículo. Nil se subió en su puesto y cerró.

—¡Cuánto tiempo, Mireia! —exclamó recostándose en el asiento con los brazos tras la nuca.

—Hola —lo saludé con timidez.

Era raro volver a estar a solas con él después de esa noche. Nos habíamos enrollado, habíamos terminado huyendo y su madre me había intentado ahogar mientras me bañaba. Tuve un pequeño flashback de cuando Ciro me sacó de la bañera y no pude recordar si Nil me vio.

—¿Cómo fueron tus vacaciones por los Pirineos? Ciro nunca me ha dejado ir a esa casa. Es como un lugar sólo para él.

—¿Qué intentas decirme? —interpelé vacilante.

—Que le importas.

Me quedé muda. Estuve un rato pensativa, dándome cuenta de que Ciro y yo parecíamos haber establecido una especie de relación sentimental. Al menos eso me parecía cuando Nil me hablaba de él de ese modo. No quería engañarme, pero esa noche había sido como un golpe de esperanza.

Que Ciro quisiese invitarme a cenar cuando no tenía por qué había significado para mí mucho más de lo que debería.

—No fueron unas vacaciones —le aseguré a Nil cambiando de tema.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora