Capítulo 34 | Líneas peligrosas

55 2 21
                                    

Mireia

Equivocarse es de humanos, pero perseverar en el error es diabólico. Las insinuaciones que había hecho Nil no me habían hecho gracia alguna, tampoco que me obligase a enfrentarme a un trauma como aquel. Él no tenía ni idea, pero esa asfixia ya había estado ahí antes y había sido en Villa Alfaro cuando se había vuelto mayor, más real y física.

No había vuelto a hablar con él desde el día anterior. Estar enfadada u odiarlo no eran palabras suficientes para describir lo que sentía. Había sido un egoísta. Si pensaba que me estaba ayudando, había cogido un mal camino. Pero ignorar mi miedo había sido todavía peor.

Ya no podría confiar en él. No quería que se acercara a mí. ¿Cómo iba a olvidar lo que había pasado estando Ciro delante? Se daría cuenta. Sabría que me pasaba algo con Nil.

Y ya no era todo lo relacionado con mi fobia a grandes masas de agua lo que me agobiaba. Ahora tenía miedo de lo que había pasado, de lo que había sentido estando dentro del río, cuando nos estábamos besando y había olvidado por completo el verdadero pánico que me asfixiaba.

Nil estaba actuando mal. Sentía que me había faltado el respeto al volver a besarme cuando me prometió que no lo volvería a hacer. Y le había faltado el respeto a su mejor amigo besando a escondidas a su novia. Madre mía... Podría afirmarse que todo lo que tenía que ver con Nil terminaba por salirse de control en mi vida.

Al igual que el día anterior, me preparé la cena en silencio y sin que nadie me molestase. O al menos así fue hasta el momento de fregar los platos. Nil apareció para abrir un par de latas. Aún no entendía cómo podía alimentarse de ese tipo de comida. Esperaba que no lo hiciera siempre. Pero ¿qué decía? Había dejado de importarme Nil. Me daba igual si no comía bien, si no sabía cocinar o lo que fuera.

—¿Hasta cuando vas a seguir sin hablarme?

Tiró a la basura la lata vacía de atún. Se la había comido de pie apoyado en la encimera. Ni siquiera había usado plato, sólo un tenedor. La siguió una lata de piña a rodajas en almíbar. Vaya mezcla. Me sequé las manos y fui a darme una ducha rápida. Sólo me apetecía meterme bajo la manta y dormir.

Cuando salí, Nil seguía parado en el mismo sitio.

—Te niegas a ver tus propios deseos. Te engañas a ti misma —aseguró. Ni me molesté en devolverle una mirada perpleja. Me senté en el sofá e intenté ignorarlo—. Me devolviste el beso porque querías besarme. No importa si estás con Ciro. Aquí sólo estamos tú y yo.

No podía haber dicho eso. Levanté la vista y lo taladré con la mirada.

—¿Qué es acaso lo que tú quieres? —prosiguió—. ¿Estás tan segura de lo que sientes por él?

Me pregunté a dónde quería llegar.

—Joder, Nil —repliqué levantándome de golpe, hablándole por primera vez en más de veinticuatro horas—. Por supuesto que estoy segura. No sé qué tanto te interesa.

—Vale, lo estás —dijo para sí. No perdí detalle. Respiró hondo y luego soltó—: ¿Y qué pasa conmigo? ¿Me vas a decir que no sentiste nada cuando me besaste?

Como un acto reflejo, se me aceleró el corazón. Apacigüé todo lo que pude esa sensación. Eran los nervios. Nil me estaba poniendo nerviosa. Tenía que serenarme, o al menos parecerlo.

—Mira, Nil, tenía miedo. No puedo juzgar lo que pasó en ese momento. Todo fue culpa tuya.

—Ya, eso ya lo sé. Todo esto es culpa mía —admitió pasándose una mano por el pelo. Menos mal que asumía sus errores. No obstante, volvió a complicarlo todo cuando habló de nuevo—. Pero dímelo. Dime qué sientes ahora.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora