Capítulo 19 | Grandes problemas

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Nil

Ciro estaba que trinaba porque Mireia sabía que era el capo de la mafia. Desde que llegaron de su viaje había estado molesto conmigo porque supo que había sido yo el chivato. Era el único que había hablado con ella y, sobre todo, el único que siempre la está cagando.

—Más te vale que lo de Francia salga bien —me avisó bastante serio—. El viernes me pasaré antes de que el camión salga para Girona.

Asentí. Eso esperaba yo también. Si algo salía mal, iban a rodar cabezas en Els Brétols. La mía la primera por haber aceptado semejante oferta. Todo tenía que ir bien si quería que los de mi banda estuvieran contentos ganando más pasta.

Sin embargo, no era tan sencillo de organizar. Había muchos factores a tener en cuenta, pero lo que más los riesgos. Durante el último mes tuvimos que planear una ruta segura, estudiar los controles y, lo más importante, hacer un amigo en la aduana. Por lo menos, habíamos aprendido algunos trucos de Víctor como la manera de esconder la mercancía.

La semana fue estresante, tanto que no había parado de fumar. No recuerdo haber estado sometido a tanta presión como lo estuve esos días. Habíamos preparado el camión y ya sólo quedaba partir hacia Girona para recoger la droga. Ciro había estado conmigo supervisándolo todo. Cuando todo estuvo perfecto, dimos la orden de salida. Él se fue a casa, mientras yo me quedé a la espera de noticias.

Miguel iba conduciendo y otro de nuestros hombres de copiloto. Cogieron los paquetes de la fábrica y, al cabo de una hora y poco, me informaron de que habían conseguido pasar la frontera sin problemas, así que dejé de guardia a Rubén el Ciber. Él pertenecía a La Cabòria, era el que controlaba toda la informática, la seguridad, las comunicaciones y las cámaras que teníamos jaqueadas.

Ya en mi apartamento, me puse a ver la tele y me quedé dormido en el sofá. Allá por las dos de la mañana recibí una llamada de Ciro. Pensé que había ocurrido algo con el maldito cargamento a Francia y que no me había enterado, pero era algo mucho peor.

—Han vuelto a entrar en casa de Mireia y esta vez las dos estaban dentro —bufó desde el otro lado de la línea—. Joder, su madre debe mucho más de lo que nos dijo.

—Me cago en la puta. ¿Están bien?

—Por suerte sí, aunque Mireia sigue asustada. Necesito que vengas, ya sé quiénes están detrás y no me gusta ni un pelo. Te paso la dirección.

Estuve allí en menos de lo que canta un gallo. Subí a la quinta planta y giré a la derecha por el pasillo. La puerta estaba al final. Lo curioso es que la cerradura no había sido forzada, por lo que su madre debió de abrirles la puerta. Estuve seguro de que se entendería con mi madre, porque las dos estaban como una regadera. Aunque, claro está, cada una por su tema.

Toqué suavemente y Ciro se asomó a la puerta.

—Entra rápido, no nos puede ver su madre.

—¿Dónde está? —pregunté echando un ojo a la casa. Todo estaba patas arriba.

—En la cocina, está colocada.

—¿Y Mireia?

—Sigue en el sofá. Voy a volver con ella, pero mira esto. ¿No te recuerda a algo?

Oh, por supuesto que recordaba ese maldito símbolo. De pronto me vinieron un montón de pesadillas a la cabeza. El símbolo era el de una calavera catrina. Los ojos vacíos y una flor en la frente. Los que habían entrado habían dejado una marca en la pared como recordatorio de que el asunto no había terminado y no eran nada más ni nada menos que La puta Careta.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora