Capítulo 49 | Ibiza, noche y desenfreno

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Ciro

Nunca había sentido lo que estaba sintiendo con Mireia los últimos meses. Era como si me desgarraran la piel y me torturaran cada vez que no sabía nada de ella cuando podría estar en peligro. Nil me había prometido que la protegería y confiaba en él tanto como en mí mismo. Era el único que había estado siempre ahí y al que conocía casi tanto como la palma de mi mano.

El problema es que querer a alguien en un mundo como aquel era un riesgo. Lo sabía desde el principio, pero ella lo había significado todo. Ella lo había cambiado todo.

Aunque nuestro compromiso era sólido, La Careta seguía al acecho. No podía dejar ninguna carta al azar. Por eso mismo, había reunido a todos mis hombres al mediodía.

Luego de recoger a Mireia, me sentí mejor. No pude evitar mostrarle mi preocupación. Ella se lamentó por haberme hecho pasar un mal trago y me abrazó con fuerza. El móvil se le había apagado durante la madrugada. Me estuvo contando que bebió alcohol y que se le fue un poco de las manos.

—Es normal, no se celebra una despedida todos los días —le resté importancia—. Es sólo que... estoy más nervioso de lo habitual. Será la boda.

—¿Te arrepientes de haberme pedido matrimonio? —murmuró escondiendo una sonrisa.

—Ni en broma. Lo que no puedo es esperar una semana para verte vestida de blanco —le dije cogiéndola de la mano y besándosela—, darte el sí quiero y convertirme en tu marido.

Mireia sonrió, aunque pareció tener la cabeza en otra parte, y me atrajo hacia sí para besarme.

—Eres la mujer de mi corazón. Lo eres todo —musité en su oído cuando nos abrazamos.

—Te amo, Ciro. No sabes cuánto.

Quería devorarla a besos, pero me reprimí. La noté muy nostálgica y supe que era por haber vuelto a su casa. Ese piso le traía muchos recuerdos de la vida que había llevado su madre los últimos años. La llevé al ático, pues había quedado con su madre para comprarle el traje. Según me contó, sería una quedada de madre e hija, algo realmente bonito después de todo lo que había pasado entre ellas.

Me despedí de ella cuando se fue, avisándola de que después de la reunión cogería el avión a Ibiza. Me deseó buen viaje y que me divirtiera, pero sólo con mis amigos. La verdad es que la idea contraria no me gustaba un pelo. Antes de conocerla a ella, no había estado con nadie de forma seria. Había tenido algún lío esporádico, aunque de eso hacía demasiado tiempo.

Conocer a Mireia, aunque al principio me pareció que sería algo pasajero, supe que con ella era distinto. No podía dejarla. No podía no volver a verla. A pesar de todo.

Preparé mi equipaje y salí de casa antes de las doce. La reunión tenía lugar en el sótano de la granja. Había estudiado con Nil cada recóndito lugar de la finca donde se celebraría la boda. El lugar tenía mucha vegetación, por lo que era realmente difícil mantener el perímetro asegurado en la noche. Cualquiera podría esconderse con facilidad.

El equipo ya estaba allí cuando llegué. Mi mejor amigo había dispuesto los planos sobre la gran mesa y comentaba algunas cosas con Mateo.

—Aquí tendrá lugar el enlace, luego las mesas de la cena estarán en este otro lado.

—¿Dónde está el Ciber? —pregunté—. Quiero que tengáis una vista de dron en todo momento.

—Está instalando el ordenador —respondió Nil, señalando un bulto agazapado al final de la mesa. Enseguida el fondo de pantalla del susodicho se proyectó en la pared.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora