Capítulo 58 | Así arde el mundo

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Ciro

Había removido cielo y tierra buscando una razón. ¿Por qué habían irrumpido en la boda? ¿Por qué ir a por ellas? ¿Tenía algo que ver con Sara? ¿Sabían que yo había pagado sus deudas y querían vengarse? ¿Tenía que ver con la fábrica del norte?

Ni jodida idea y mis hombres habían saqueado hasta los rincones más oscuros de Barcelona para encontrar cualquier resquicio de esos malditos, pero nada. Esa mafia no daba la cara. Quizás porque sabían que se habían metido con el diablo, que habían jugado con fuego. Y es que su rivalidad con la banda de Nil nunca se había interpuesto como para llegar a un enfrentamiento como el que se venía justo entonces.

Aquello no iba a quedar impune. Mireia podría haber salido herida o algo peor... Sólo de pensarlo me hervía la sangre. Su madre y ella estaban justo al lado y la distancia desde la que dispararon era lo suficientemente lejana como para fallar.

—Mateo, ¿tienes algo?

Era la vigesimotercera vez que se lo preguntaba.

—No. —Su voz sonó distorsionada por la mala cobertura. Tiré abajo lo poco que quedaba en pie sobre el escritorio—. Pero hemos capturado a uno.

—Joder —murmuré aliviado—. ¿A quién?

—Es un intermediario.

—Da igual, tráelo. Que los demás sigan buscando.

Asintió y colgó. Por fin algo bueno después de días y días de incertidumbre. Apenas había podido dormir y no me había duchado desde que vine de la cabaña de Nil. Resolví unas cosas de la empresa desde mi despacho en la granja mientras hacía tiempo a que Mateo llegara.

En quince minutos alguien llamó a la puerta y asomó la cabeza.

—Está abajo. ¿Quieres que nos encarguemos nosotros? —me preguntó Mateo.

—No, lo haré yo.

Dejé lo que estaba haciendo y fui con él al sótano. Me inundaron vagos recuerdos de cuando capturaron a Víctor. Había llevado a Mireia al ático porque no soportaba no haber sabido de ella y estando allí Nil me avisó de que tenían a Víctor vivo. No lo pensé para acabar con lo que había empezado. El miedo me abrumó. Sólo de pensar que podría haberle hecho algo a ella para dañarme me infló del mismo modo que estaba ocurriéndome ese día.

—¿Tu nombre? —inquirí a la figura maniatada en una silla en el centro de la estancia.

El tipo no respondió, se limitó a mirarnos. Le propiné un puñetazo en la cara.

—He preguntado cómo coño te llamas.

Escupió una mezcla de saliva y sangre. Volví a darle otro golpe.

—¿No vas a responder? —proferí agarrándolo por la camiseta.

—El Cesi —dijo al fin, agotado.

—Sabes quién soy, ¿no, Cesi? Soy Ciro Galera. El sábado la mafia para la que trabajas se coló en mi boda y disparó a mi mujer y a mi suegra. ¿Qué sabes de eso?

—No tengo ni puta idea.

Le di una bofetada.

—Ha sido noticia en toda España. ¿Cómo no vas a saberlo?

—Porque no soy miembro, ¿vale?

Su parsimonia y el poco valor que le daba a la conversación me enfurecieron. Lo aticé de nuevo y luego otra vez. No me di cuenta de que estaba saciando mi sed de sangre con él hasta que Mateo me apartó de un empujón.

—Eh, Ciro. Así no conseguiremos nada.

Me arrastró hasta las escaleras. Mi respiración era tan irregular que notaba los orificios de la nariz encogerse y estirarse ante la cantidad de oxígeno que entraba y salía.

—¡Joder! —grité, harto de no hallar absolutamente nada.

—Vete a casa, dúchate y come algo. Llevas días sin descansar ni alimentarte bien. No estás pensando con la cabeza. Ve y yo me encargo.

Di vueltas de un lado a otro como un león enjaulado.

—Tienes razón. Volveré a las cuatro —le dije mirando la hora en el reloj de la pared.

Mateo me palmeó la espalda infundiéndome valor. Si no encontraba nada, nunca podría poner a salvo a Mireia. Ese mismo miedo me había carcomido en más de una ocasión. Después de todo ella tenía parte de razón, siempre se veía obligada a huir. No paré de pensar en ello de camino a casa, en la ducha y mientras preparaba unos fideos en el microondas.

La Careta nos había atacado por una razón: éramos débiles. La única forma de que nadie se atreviera a tocarnos un pelo era ser más fuertes, invencibles. Necesitaba una alianza sólida y sabía perfectamente con quién tenía que hablar.

A veces, las respuestas llegan cuando menos te lo esperas.

Cuando bajé a la calle para coger el coche vi que había un papel en el limpiaparabrisas. Fui a quitarlo pensando que sería una multa de aparcamiento, ya que me había estacionado en el paso de peatones para ahorrarme tiempo. Pero no. Se trataba de un sobre.

Rasgué el papel y saqué varias hojas gruesas. La primera contenía una nota:

EL OBJETIVO ERA ELLA.
Fdo. La Careta.

Mi corazón se desbocó. A continuación, había fotos. En las dos primeras estábamos Mireia y yo, una caminando por Barcelona y la otra del mismo día besándonos. Seguramente eran del día en que fuimos con nuestros amigos a cenar. Sin embargo, en la tercera aparecía Nil. Mireia y Nil.

Era de noche, concretamente una noche de verano. Ella estaba contra el Alfa Romeo y el cuerpo de Nil pegado al suyo. Él tenía las manos en su cintura. Se estaban besando.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora